Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

Creo, Señor

Jn 9, 1-41

IV DOMINGO CUARESMA

Ciclo A

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Creo, Señor

Llevaba toda la vida ciego; sin poder ver el azul del cielo, el color de la tierra o la belleza de las flores; sin saber cómo eran los rostros de los seres más queridos. Llevaba toda la vida sentado y pidiendo limosna. Los que le ayudaban lo consideraban un desgraciado, alguien que estaba cumpliendo condena divina por haber hecho algo mal, él o sus padres. Pero un día Jesús pasa, y lo mira de tal manera que se detiene. Lo ve y desea que vea. Su ceguera va a dejar de ser motivo de pobreza y maldición, para convertirse en ocasión para dejar clara la fuerza misericordiosa de Dios.

No le conoce, pero es obediente. Va a lavarse en nombre de ese hombre que se llama Jesús, pero que no sabe dónde está. No puede decir más de él. Ahora ve, y da testimonio de que es él. Ha ganado una visión que le va a costar cara. Los fariseos lo miran con sospecha; están cegados por los preceptos y por sus propios intereses. Sus paisanos y su familia lo ven como el que puede traerles problemas. Tienen miedo, y el miedo te puede separar hasta de tu hijo.

Cada vez más solo no niega lo que ha vivido. No puede decir mucho de ese hombre que se llama Jesús y que lo sanó. Pero tampoco puede negar que lo siente como un profeta, como alguien que viene de parte de Dios. Antes era el marginado por ciego; ahora se le margina porque ha recobrado la vista. Lo expulsan, lo apartan del grupo social, lo consideran un proscrito.

Primero Jesús le sale al encuentro en su ceguera. Ahora que ve, viene a su encuentro en su soledad. Ahora puede reconocer los rostros. Ahora puede mirar como Jesús, más allá de las apariencias. En el rostro del Nazareno descubre al Señor, en quien hay que creer, al cual se debe inclinar la vida y la existencia.

¿Vemos o no vemos? Lo malo no es la ceguera; sino creer que vemos cuando estamos ciegos. Ver es creer. Y creer es vivir con los modos de Jesús, con su sensibilidad. Ver es mirar a la manera y con la sensibilidad de Jesús. Y todo lo que no sea así, es ceguera. Nos miramos, miramos a los demás, miramos el entorno donde vivimos, miramos la situación o la época histórica que nos ha tocado vivir. Pero, ¿cómo lo hacemos? La gente veía un ciego; Jesús miraba al que podía ver. Los fariseos lo consideraban un empecatado de nacimiento; Jesús el que luchó y pagó cara su salud y su fidelidad. Los discípulos veían en ese pobre hombre el pago de un pecado; Jesús la ocasión para manifestarse la gloria de Dios.

Cuaresma no es tiempo de chapuzas, sino de reformas integrales. Las primeras pueden hacerlas cualquier aficionado. Las segundas requieren competencia. Luchar contra un fallo y defecto es una obra menor. “Nacer de nuevo”, mirar, sentir y actuar como Jesús necesita licencia de obra mayor. Vamos a suplicarla al Espíritu de Dios. Vamos a suplicar hasta poder ver con fe lo que soy, lo que son y lo que me envuelve; hasta que todo se transparente tanto que podamos encontrar el rostro del Señor para poder postrarnos ante él.

Y con los ojos bien abiertos, con mirada lúcida y responsable, podamos amar y servir a Dios en todo. Servirle con una imaginación profética que me lleve a convertirme en lo oportuno en cada momento: obrero de transformación social, profeta de palabra incómoda, mano que sostiene en el silencio, acompañante que escucha con compasión.

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