Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

Diferencias que unen

Jn 20, 19-23

PENTECOSTÉS

Ciclo C

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Antiguamente, o no hace tanto tiempo, cuando intentar explicar la Santísima Trinidad nos resultaba complicado y embarazoso terminábamos diciendo que era un “misterio”. Y así evitábamos experimentar que hablar de Dios, por muy estudiados que estemos, resulta tan imposible como necesario. San Juan de la Cruz decía que eso que imaginábamos que era Dios no lo era. Y el Maestro Eckart oraba pidiéndole a Dios que lo liberara de su “dios”, de la imagen que tenía de él. Y es que, como nos recuerda Henri de Lubac, el creyente necesita de las imágenes de Dios como el nadador de las olas. Para alcanzar la orilla se sirve de ellas; pero no puede quedarse ahí si quiere llegar hasta el final. Todos necesitamos pensar a Dios pero relativizando lo que nos imaginamos de él. Porque, ¿cuántas crisis no han roto nuestra imagen de lo divino para renacer otra, que siendo limitada, es más madura y depurada que la anterior? Y así, durante toda la vida.

Dios es Trinidad. Si le quitáramos su dimensión trinitaria dejaría de ser Dios. Para no caer en la tentación de cortar por lo sano diciendo que es un misterio, pero sabiendo lo limitado y relativo de la exposición, os ofrezco algunos tanteos en forma de olas que acercan a la orilla. El primero lo podríamos titular: “la Trinidad es cosa de barrio o de pueblo”. Esto de la Trinidad nos supera proporcionalmente a lo cerca que está de nosotros. Porque ese Padre Creador que hizo de la nada el cosmos y al ser humano no hay día que no continúe con nosotros la obra de la creación. Y mira por donde sus brazos creadores son los acontecimientos del cada día, los de dimensiones ordinarias o los más extraordinarios, los de andar por casa o los de salir por la tele. Y ese Hijo que encarnado en Jesús es nuestro Salvador vive y crece en nosotros. Es el Amigo que se convierte en el Camino que conduce a la Verdad y a la Vida. El que trabaja día y noche en y con nosotros; el que nos va contagiando con sus modos y formas; el que nos va pegando su sensibilidad. Y el Espíritu convierte en Medio Divino cada minuto de la jornada, cada rincón de donde vivo, cada actividad programada o sobrevenida. Él es Presencia continua y permanente que se cataliza cuando estoy de corazón en cada cosa o me abandono con confianza a los acontecimientos de la vida. El gran Misterio de la Trinidad se convierte así en modelo de vida cotidiana; el Trascendente se pasea por la vida ordinaria del barrio o del pueblo.

El segundo tanteo, como dijo una vez alguien, es que la Trinidad se convierte en el modelo de organización de toda convivencia humana. La Trinidad habla de diferencia que va a favor de la unidad; o de una unidad que necesita de los diferentes para no ser uniformidad. La Trinidad nos permite creer y tener esperanza con “luz larga”. Aunque nos parezca mentira, hay un camino abierto para hacer posible la Organización de Naciones Diferentes y Unidas. Pero ese deseo a largo plazo requiere también la actuación en la pequeña distancia. Cuando pasees, estés en casa o vayas al trabajo abre bien los ojos y date cuenta de las diferencias: del que se cruza contigo y es de otra cultura; de cómo tu marido o mujer vive de otra forma la misma situación; del compañero que tiene intereses diferentes en la misma empresa. Invoca al Padre para que eso que hay de diferente no te asuste, porque también eso es creación. Habla con el Hijo para te muestre la verdad, lo que te hace sentir y pensar, y el cómo situarte a su manera. Y cree en la acción del Espíritu que todo lo puede, que todo lo transforma, que abre puertas que están cerradas, que da vida a lo que parece muerto, que nos da palabras oportunas, que alienta nuestro aguante y nuestra esperanza.

Pepe Ruiz Córdoba

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