Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

El que pierde su vida por mí la encontrará

Mt 10, 37-42

DOMINGO XIII T.O.

Ciclo A

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El que pierde su vida por mí la encontrará

Muchas veces la vida te permite compaginar; y puedes permitirte el lujo de caminar por ella acogiendo lo uno y lo otro, lo blanco y lo negro, esto y su contrario. Pero en determinadas ocasiones te pone en una disyuntiva insalvable: no puede ser todo y tienes que elegir esto o aquello. Y si esta situación no fuera acompañada por un conflicto externo, internamente sí lo hay; porque el escoger conlleva el renunciar, en ocasiones a cuestiones muy queridas y fundamentales.

Ésta puede ser la experiencia que hemos tenido como creyentes. Si queremos vivir en profundidad el Evangelio hemos de estar en continuo estado de discernimiento, eligiendo de entre lo bueno lo mejor, viendo qué hemos de hacer en cada momento desde la sensibilidad de Jesús. Estas opciones siempre requieren esfuerzo de decisión, aunque no provocan grandes rupturas en nuestra vida. Pero, de tanto en tanto, llegan encrucijadas que nos sitúan en un gran aprieto. Descubrimos que la opción por seguir a Jesús te sitúa entre la espada y la pared, no cabe lo uno y lo otro. Optar por el Evangelio te pone en contra de realidades que, hasta ese momento, han sido “sagradas” para ti. Y la vida te obliga a optar. Seguir a Jesús en estos casos te asegura el conflicto, el dolor, la ruptura. El bien de la familia, o de esas realidades que nos han sostenido, se ve enfrentado al bien mayor de todo lo que defiende Jesús: de la dignidad de la persona, del bien común, de la libertad religiosa…

¿Qué hacer en estos momentos tan duros? El capítulo 32 del libro del Éxodo cuenta una historia ilustrativa, pero que hay que entenderla desde la mentalidad de aquellos hombres y mujeres antiguos. Es probable que no ocurriera tal y como se narra, pero apunta a lo importante. Estando Moisés en el Sinaí, el pueblo se cansa de esperar y fabrica ídolos a los que adora. Cuando baja y se da cuenta, Moisés rompe las tablas y convoca a los levitas. Les envía a pasar a espada a todos los idólatras, familiares o no. Ellos cumplieron la orden y Moisés les dijo: “Hoy os habéis consagrado al Señor, a costa del hijo o del hermano, ganándoos hoy su bendición”.

Que la vida nos libre de estas coyunturas, pero si pegan a nuestra puerta sólo optaremos por lo que consideramos absoluto. Es el momento en el que descubriremos el valor que le damos a Jesús en la vida y la inversión que hemos hecho en su proyecto. Pero como esta opción es tan desgarradora nos pone en situación de “Getsemaní”. La opción por el Evangelio nos descoyunta, nos hace padecer pavor y angustia, nos hace sentir que, como Abrahán, sacrificamos al hijo de la promesa. Lo que hizo superar a Jesús esta prueba es lo que hará que nosotros podamos optar por el Evangelio. A Jesús lo mantiene la profunda intimidad que tenía con su Padre, su memoria evangelizada por tantos recuerdos de amor y cuidado que había recibido de él. Su compromiso con el Reino le hace poner sus intereses por encima de los personales. Y esto sólo es posible por la pasión por la que vivió su entrega.

De la misma manera que determinado calzado no sirve para cualquier terreno, cualquier vivencia del cristianismo no es adecuada para todas las circunstancias. Sólo permanece en esas situaciones que exigen definición el que tiene con Jesús la intimidad del amigo; el que de esa intimidad nace un compromiso a prueba de pruebas; el que no invierte las mígalas existenciales en el proyecto del Reino, sino los mayores fondos de sus energías vitales. Pero la experiencia nos dice que cuando ponemos a Dios como lo absoluto, los padres, los hijos, los amigos se plenifican. Sólo se recupera con creces aquello que se está dispuesto a perder.

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