Homilía del Domingo
Mc 9, 38-48
XXVI Tiempo Ordinario
Ciblo B
El que no está contra nosotros...
Aunque parezca que la Palabra de Dios es muy antigua, sin embargo, está viva y es actual. En ella podemos ver reflejada lo que ocurre en la vida actual, lo que experimentamos en nosotros mismos y lo que vivimos en nuestros entornos. Y de ejemplo, el evangelio de este domingo.
Los discípulos se quedan sorprendidos cuando ven que alguien que no conocen hace el bien como ellos: “¿Cómo era eso posible si no seguía a Jesús? ¿Cómo se atrevía a hacer algo que sólo les correspondía a ellos?”, se preguntaban. Y creyéndose dueños del proyecto de Dios prohibieron a esa persona seguir haciendo lo que hacía. E indignados fueron a presentar sus quejas al Señor: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.» Quizás pensaran que Jesús les iba a dar la razón. Al fin y al cabo habían defendido lo suyo. Pero, nada de eso. Él piensa de forma diferente. La pertenencia al grupo no la hace ni la sangre, ni la simpatía, ni la empatía, ni la afinidad con lo que fuera. El grupo lo forman todos los que, de cualquiera de las formas, se unen al proyecto de la construcción del Reino de Dios. Esa persona era del grupo por el simple hecho de que estaba haciendo el bien. Y así, estaba trabajando con todo el derecho del mundo y nadie se lo podía prohibir.
Y nosotros, ¿cómo pensamos? ¿Cómo Jesús? ¿Cómo los discípulos? Jesús ha venido a crear un grupo en el que pueda entrar el que desee tener el sueño de Dios. Ése es el único requisito. Y de la misma manera que invita a la Iglesia a ser para el Reino, le pide que se una a todos aquellos que le sirvan en cada ser humano, sean creyentes o no. El centro de la Iglesia no está en ella misma, sino en el Señor presente en los que están sometidos al mal y al sufrimiento. Y en esa plaza abierta caben los que deseen entrar, crean o no.