El atardecer es la hora del amor y la amistad, de la «cena que recrea y enamora». Al atardecer, nos congrega la Iglesia para celebrar el Misterio central de nuestra fe: la Eucaristía. Es Jueves Santo. Conmemoramos aquella «Última Cena», primera Eucaristía. Al atardecer, cercana la Pasión, convocó Jesús a sus discípulos: preparada la mesa, caliente el pan y servido el vino, los comensales, un grupo de discípulos y de mujeres, aguardan las confidencias del Maestro.
Al calor de aquella Cena especial, tras los brindis rituales, se inicia la conversación. Los discípulos, esperaban discursos, pero el Maestro comienza con un gesto provocador: tomando una toalla, se la ciñe, toma una palangana y se pone a lavarles los pies. Todos quedan atónitos y no se atreven a cuestionar el gesto. Pedro, el lugarteniente, no soporta la humillación del Señor y se niega ser lavado. Jesús, mirándole, le chantajea desde la amistad: si no te lavo los pies no eres de los míos. Y Pedro, ahora amigo, se rinde: no sólo los pies, entonces, Señor, sino también las manos y la cabeza. No es solo obediencia, sino una declaración de amistad: no puedes dejarme, Maestro, ¿dónde iría sin ti?
Y el Maestro firma la primera lección de la noche: si yo, el Maestro y el Señor os he lavado los pies… hacedlo vosotros con los demás. Con este sencillo gesto del lavatorio, Jesús ha sellado una de sus enseñanzas capitales: hay que servir desde el amor, para que el amor construya la gran fraternidad humana.
Durante siglos, el único rito que la comunidad celebraba en este día era el lavatorio de los pies. Jesús lo dejó establecido: os he dado ejemplo para que lo que hoy yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis… Pero más que la repetición del gesto lo que quería que se mantuviese es su profundo significado: es una invitación a que también nosotros nos arrodillemos a los pies de tantos desvalidos y excluidos para servirlos y sentarlos a nuestra mesa, hasta llevarlos a la mesa del Señor.
El gesto del lavatorio, solo es posible si estamos sentados a la mesa, si celebramos con autenticidad y corazón abierto la cena de la Eucaristía. En ella está la clave que hace realizable la utopía de Jesús: «entregarse hasta dejarse comer». En un mundo compulsivamente posesivo, los dos gestos del Maestro son como un rayo que rompe la aparente normalidad: inclinarse ante el otro, sin mirarle como rival y entregarse a la utopía de construir el Reino de Dios con el nuevo mandamiento del amor.
El Jueves Santo es un triple día: día del Amor fraterno, día de la Eucaristía, día del Sacerdocio. Por la mañana, en la Misa Crismal, los sacerdotes renovamos la fidelidad a nuestras promesas sacerdotales; por la tarde, celebramos en nuestras comunidades la Cena del Señor. El amor fraterno es el mandamiento de cada día, que hace visible el infinito amor del Padre. La Eucaristía de aquella noche, la de cada día, es un gesto de amor: los amó hasta el extremo, entregándose a sí mismo como alimento de vida eterna. Los dos gestos se complementan: no hay caridad sin Eucaristía, no hay Eucaristía sin caridad.
Tuit del día: El amor es la canción de este día. ¿Me inclino a servir a los demás como Jesús y me preocupo de sentarlos a la mesa de la Eucaristía?
Alfonso Crespo Hidalgo