Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

¡NO TIEMBLE VUESTRO CORAZÓN!

Jn 14,23-29

DOMINGO VI DE PASCUA

Ciclo C

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DIOS ES FAMILIA

¡Qué siga la fiesta!, parece decirnos, hoy, la liturgia. Después de las solemnidades pascuales: Resurrección Ascensión y Pentecostés, no podemos sentir nostalgia. San Juan Crisóstomo decía:

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¡Vosotros sois testigos!

Mientras los bendecía, se separó de ellos, subiendo hasta el cielo. Así concluye el evangelio de Lucas, resaltando una nota final: los discípulos volvieron a Jerusalén

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¡NO TIEMBLE VUESTRO CORAZÓN!

El amor nunca impone su presencia. El mejor de los maestros no es quien exige sumisión y requiere de los discípulos una constante atención, que les haga dependientes. El maestro ejemplar, el mejor Maestro, es quien educa a sus discípulos para la «mayoría de edad» y los prepara para afrontar con fortaleza de corazón su lógica ausencia. El amor nunca se exige, se ofrece en libertad; y la experiencia de ser amado nos hace más libres.

Jesús, el buen Maestro, que goza con la presencia de sus discípulos, los educa para el momento de su ausencia: Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado, pero el Espíritu Santo, que enviará el Padre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. El anuncio de su ausencia es también anuncio de otra presencia: la del Espíritu Santo. El buen Maestro no es posesivo ni celoso y goza al contemplar que sus discípulos se enriquecen con otras enseñanzas. Pero el buen Maestro conoce a sus discípulos y sabe que su ausencia les quebrará el corazón. Y con palabras de paz les alienta: ¡Que no tiemble vuestro corazón, ni se acobarde!

Con estas palabras de aliento, el Maestro anuncia su despedida. Los discípulos tendrán que pasar por la prueba dolorosa de la Pasión, Muerte y Resurrección del Maestro y la separación de ellos, al volver a la casa del Padre. Jesús de Nazaret es un Maestro cabal y prepara a sus discípulos para los momentos de dificultad. Les vaticina que el seguimiento del discípulo tiene que enraizarse en el amor demostrado por su Maestro. Por ello les anuncia: El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El Maestro, desde la presencia cercana, anuncia ya su ausencia futura. Pero les indica también cuál es el lazo que puede seguir uniendo al discípulo con el Maestro, a pesar de las distancias: el amor.

El Maestro se despide deseando la paz a sus discípulos, pero con un matiz peculiar: Mi paz os doy. No como la da el mundo… Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. La presencia del Espíritu en la vida de la Iglesia es garantía de fortaleza y valentía: él nos recuerda la presencia continua del Señor Resucitado en medio de los discípulos de todos los tiempos, en medio de la Iglesia. El Espíritu Santo, fruto del amor entre el Padre y el Hijo, es el Amor de Dios que se derrama en nuestros corazones. El Espíritu queda constituido, en la ausencia de Jesucristo, como el guía de la Comunidad de los discípulos, como el Señor de la Iglesia. El Maestro anuncia el tiempo de la Iglesia, lugar de su Palabra y mesa de la Eucaristía, la comunidad del amor, mandamiento del Señor, que sus discípulos guardan en su corazón y traslucen en sus obras.

De una manera pedagógica el Maestro nos deja una última lección: Os he dicho todo esto antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo. El buen Maestro no cobija a los discípulos alejándolos de la dificultad, sino que los prepara para que resistan en los momentos de prueba.

Alfonso Crespo Hidalgo

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