Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

¡VEN, DULCE HUÉSPED DEL ALMA!

Jn 20,19-23

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

Ciclo C

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DIOS ES FAMILIA

¡Qué siga la fiesta!, parece decirnos, hoy, la liturgia. Después de las solemnidades pascuales: Resurrección Ascensión y Pentecostés, no podemos sentir nostalgia. San Juan Crisóstomo decía:

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¡Vosotros sois testigos!

Mientras los bendecía, se separó de ellos, subiendo hasta el cielo. Así concluye el evangelio de Lucas, resaltando una nota final: los discípulos volvieron a Jerusalén

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¡VEN, DULCE HUÉSPED DEL ALMA!

La secuencia de Pentecostés es un canto de esperanza. Esta hermosa y antigua «poesía» dirigida al Espíritu Santo, incorporada a la liturgia al ser proclamada en la fiesta de Pentecostés, inunda nuestro corazón de una serena y secreta dulzura. En una de sus estrofas, se invoca así al Espíritu: Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos… También se le llama: Padre amoroso del pobre, luz que penetra las almas, fuente de consuelo. En un mundo herido, el Espíritu se presenta como médico del alma.

Hoy es la fiesta solemne de Pentecostés. Esta fiesta cierra el  sagrado tiempo de cincuenta días que discurre desde la Fiesta de Pascua. Pentecostés, es la fiesta que celebra el don del Espíritu Santo a los Apóstoles, los orígenes de la Iglesia y el comienzo de su misión a todas las lenguas, pueblos y naciones.

El libro de los Hechos de los apóstoles, levanta acta de este acontecimiento: Todos los discípulos estaban reunidos el día de Pentecostés. De repente un ruido de cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa… vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se posaban sobre cada uno… Se llenaron del Espíritu Santo. El fruto de esta venida se muestra en la capacidad, maravilloso milagro, de que aquellos discípulos, casi incultos, se hagan comprender en la lengua de quien le escucha.

En el relato evangélico, Juan nos narra que los discípulos están en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos… entró Jesús… les saluda con la paz … Y, como despedida, les anuncia una presencia; exhalando su aliento sobre ellos, les dijo: Recibid el Espíritu Santo… La fuerza del Espíritu abrió las puertas del miedo y convirtió en misioneros audaces a los que hasta poco eran medrosos refugiados. En Pentecostés, se abre el impulso misionero: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yoRecibid el Espíritu Santo…, exclamará Jesús. Como ya precisó Pablo VI «no habrá nueva evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo».

San Pablo desvela el secreto para seguir a Jesús, ser su discípulo: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Y el Espíritu es fuente de frutos abundantes para la comunidad. San Pablo hace una lista a los Gálatas: amor, alegría, paz, comprensión, servicio, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. ¡Que alegría vivir en una comunidad que da tales frutos!

Es necesario acercarnos a la Persona del Espíritu para que nuestra fe en el Misterio insondable de Dios sea verdaderamente una fe trinitaria. Cuando signamos nuestro pecho «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu», estamos haciendo profesión de fe en Dios, Uno y Trino. 

Hoy celebramos la fiesta del Espíritu. Si el domingo pasado celebrábamos la Ascensión de Jesucristo, la vuelta de Jesús a la casa del Padre, hoy celebramos con gozo que no nos ha dejado huérfanos: el Espíritu, Señor y dador de vida, dulce huésped del alma habita en nosotros y alienta los pasos de la Iglesia. 

Alfonso Crespo Hidalgo

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