No se concibe un santo apenado, mustio, sin alegría. Un cristiano nunca ha de estar triste. Porque la fe que profesamos tiene como estandarte a Cristo resucitado, con el que todos resucitaremos en su día. Nuestro Dios es el padre que nos ama, nos comprende y perdona. Un Dios alegre que nos llena de gozo inmenso. Por eso debemos estar siempre alegres.
La sociedad en la que estamos inmersos necesita personas humildes, serviciales y honestas. Sobran los soberbios que se consideran superiores a los demás. Por desgracia,