¡Qué fácil resultar creer cuando se ha visto! No seamos incrédulos, como lo fue el apóstol Tomás hasta que vio con sus propios ojos las heridas de Cristo Resucitado. Caigamos humildemente ante los pies del Señor. Mostremos nuestra fe, porque es lo que nos va a salvar. El Dios que nos envió a su Hijo para librarnos de nuestras maldades espera de nosotros que creamos en Él firmemente y que seamos fieles a sus mandatos, que le amemos con todo nuestro corazón y con nuestros hechos de vida. Digamos desde el fondo de nuestra alma: ¡Señor mío y Dios mío! Creemos, pero aumenta nuestra fe.
Vivir la fe de forma tibia, poco valor tiene. El cristianismo no es un regalo que se nos haya dado para disfrutar de él en