HOMILÍA CORPUS CHRISTI-A (11 junio 2023) Jn 6, 51-58
A todos nosotros, al menos, nos suena el nombre de San Juan de la Cruz. Era un buscador incansable de Dios. Entendió que para se diera el encuentro, sobre todo tenía que dejarse hacer por Él. Y cuando Dios trabaja uno parece encontrarse en una «noche oscura». Y, además, lo mejor que podemos hacer para que Dios llene nuestro receptáculo es no tener «nada» en él. Para ello hay que sacar lo que no sirve y, sobre todo, aceptar que la vida saque lo que no queremos sacar. Fue San Juan de la Cruz quien escribió: «Qué bien sé yo la fonte que mana y corre aunque es de noche». Él experimenta a Dios como una fuente viva de Vida; y la siente tanto como no la ve, «porque es de noche». Más adelante sigue escribiendo: «Aquesta eterna fuente está escondida en este vivo pan para darnos vida, aunque es de noche». Es decir, en el «pan vivo» está la «eterna fuente».
La eucaristía es «Corpus Christi», es presencial real y verdadera del Señor. Dios se hace presente en el pan consagrado. Toda la majestuosidad del Universo se concentra en la contingencia del pan. En la comunión de ese pan nos unimos profundamente con aquel que entregó su cuerpo y derramó su sangre por la humanidad. Cada vez que comemos del pan y del vino actualizamos su entrega. Como a Elías, el profeta, que se le dijo que se levantara y comiera porque el camino era largo, la eucaristía es para nosotros «pan del camino». Los mártires de Abitinia entendieron que no podían vivir sin la celebración del domingo y dieron la vida por ella. Y es que ella es la que nos sostiene en nuestro caminar para vivir lo que acontece en el camino según Dios. La eucaristía es un momento de eternidad en el tiempo. A esa hora cronológica en la que la celebramos se vive actualmente el tiempo pasado en el que se consumó la entrega. Al mismo tiempo es un anticipo de la promesa de un «cielo nuevo y una tierra nueva». Una promesa que nos activa en la tarea de hacer de este mundo una mesa compartida, un espacio de inclusión y fraternidad.
La «fonte» está en el «pan vivo». Y lo está «escondida» y «de noche». Conforme escribo estas palabras en el momento de la adoración eucarística de la parroquia han entrado un grupo de visitantes locales. Todos, al menos es lo que parecía, estaban ajenos a la «presencia escondida» de la eucaristía. Miraban la arquitectura, las imágenes y la orfebrería pero sin darle valor alguno al «pan vivo». Guardaban cierto respeto por el respeto que veían en los que estaban orando. La presencia de la «fonte» en el «pan vivo» está mediada por el pan. Y tanta cercanía nos pone en situación de noche. La «noche colectiva» del no creer, simbolizada en el grupo de visitantes, nos pone a nosotros «en noche», porque siempre hay algo en nosotros que nos haría buenos miembros de ese grupo.
Creer en la fonte escondida en el pan vivo, aunque sea de noche, supone un acto de confianza ciega más allá de lo que dicen nuestros sentidos; supone el no instalarnos en la duda permanente, aunque la duda permanezca en nosotros; el asentir con abandono a aquello que la fonte nos aporta. Terminamos como empezamos, con las palabras del santo poeta. Dice: «Aquí se está llamando a las criaturas, y de esta agua se hartan, aunque a oscuras porque es de noche».
Pepe Ruiz Córdoba