Estamos tan acostumbrados a emitir juicios sobre lo que hacen los demás que no nos paramos a pensar si estamos capacitados para emitir veredictos justos. Condenamos con harta frecuencia. A menudo influenciados por lo que vemos en torno nuestro: una sociedad donde permanentemente se está sometiendo a juicios sumarísimos a cualquier persona. Condenamos sin rigor, sin caridad y sin argumentos que justifiquen nuestras sentencias. Bien nos vendría cambiar el papel de jueces que tanto nos gusta desempeñar por el de reos a los que no se les permite defenderse. Así aprenderíamos a ser menos injustos y a recatarnos a la hora de opinar sobre los demás.
A menudo, nuestra lengua y nuestro comportamiento se muestran muy rápidos en enjuiciar lo que hacen los otros. Poca misericordia hay en nuestros corazones cuando