Estamos tan acostumbrados a emitir juicios sobre lo que hacen los demás que no nos paramos a pensar si estamos capacitados para emitir veredictos justos. Condenamos con harta frecuencia. A menudo influenciados por lo que vemos en torno nuestro: una sociedad donde permanentemente se está sometiendo a juicios sumarísimos a cualquier persona. Condenamos sin rigor, sin caridad y sin argumentos que justifiquen nuestras sentencias. Bien nos vendría cambiar el papel de jueces que tanto nos gusta desempeñar por el de reos a los que no se les permite defenderse. Así aprenderíamos a ser menos injustos y a recatarnos a la hora de opinar sobre los demás.
No vivimos solos, sino que somos parte de una comunidad de hijos de Dios. No somos únicos en esta tierra, sino que formamos con los