Recibirte, Señor, en la Eucaristía, es fundirnos contigo, ser una sola cosa contigo. Para sentirnos que somos Tú. Por eso estamos obligados a no defraudarte, sino a demostrar a los otros, con nuestros actos, que somos parte de ti. Que sintamos interna y externamente que estamos empapados de tu gracia. Para así poder lanzarnos a vivir, sin complejos, una vida plena, como es nuestra obligación, siendo santos en todo el sentido que tiene la santidad cristiana.
¡Cuántas veces no nos atrevemos a dar determinados pasos, en la línea evangélica, porque nos atenazan los miedos a lo que puedan decir o pensar