Nuestra conversión ha de ser permanente. Estamos bautizados y, por ello, llamados a vivir conforme se nos indica en el Evangelio: amar a Dios y al prójimo, pues éste es el mandato de Jesús. En definitiva, hacer el bien a todos y en todo lugar. También a nosotros mismos, siendo humildes, sinceros, limpios de corazón, generosos y abiertos al Espíritu. El Reino de los Cielos está en el corazón de los que creen en Cristo y son fieles a Él.
Entregarnos del todo. Sin reservarnos nada para nosotros mismos. Entregarnos por completo a Dios y a los hermanos. Esto es lo que se nos pide