Solamente si nos reconocemos pequeños, pecadores y mendigos del perdón de nuestro Padre Dios y del de los hermanos, podremos transitar por la senda de la virtud, que es por donde debemos caminar siempre. Por eso es preciso que no cedamos nunca a las tentaciones que nos impelen a considerarnos fuertes, superiores a los otros y merecedores de alabanza, porque la soberbia nos alejará del Reino.
A menudo, nuestra lengua y nuestro comportamiento se muestran muy rápidos en enjuiciar lo que hacen los otros. Poca misericordia hay en nuestros corazones cuando