Como miembros de la Iglesia que fundó Cristo, estamos llamados a ser misericordiosos con los demás, creyentes o no, pecadores o santos, y a mostrarles con nuestros hechos que Dios es el Padre de todos y a todos quiere. No juzguemos a los otros, ni lancemos anatemas contra quienes no comparten nuestras ideas. Más bien, mostremos que somos todos hijos de un mismo Padre lleno de misericordia.
Nos cuesta comprender que lo que tenemos son dones, muchos o pocos, que Dios ha puesto en nuestras manos para que los administremos correctamente. No