Somos propensos a culpar a los otros, eximiéndonos a nosotros mismos de toda culpa. Hasta en las más pequeñas cosas culpamos a los demás para liberarnos de la responsabilidad que nos concierne. ¿Es esto justicia? No, sino gran injusticia. Reconozcamos que somos culpables y asumámoslo con humildad. Mejor nos irá si dejamos de acusar a otros porque son nuestras obras, acciones u omisiones las que han de ser enjuiciadas.
Quienes triunfan ante Dios no son los más guapos. Ni los más ricos. Ni los más sabios. Los que están más cerca de Él son