La santidad no se alcanza de repente, sino que requiere un continuo peregrinaje por las callejuelas del vivir diario, con sus alegría y penas, con sus caídas y sus levantamientos… Lo importante es no desmoronarse ante los tropiezos sino resurgir de ellos convencidos de que Dios está a nuestro lado y nos ayuda siempre. Ser santos no es difícil, si el que pretende la santidad se pone en camino de servir al Señor y a los hermanos.
Cuando obramos en conciencia, siguiendo los dictados del Señor, adquirimos las fuerzas suficientes para ser firmes y no tener miedo a lo que puedan hacer