La razón de nuestro existir está suficientemente clara: Dios nos quiere para sí y para que, por Él, nos demos a los demás. Para eso vinimos a este mundo. Nuestra misión, por tanto, es no defraudar al Creador ni a los demás hombres y mujeres que caminan junto a nosotros. Debemos, para ello, olvidarnos de nosotros mismos, convenciéndonos de que con esta renuncia sí estamos en sintonía con lo que el Señor nos ha encomendado.
¿Con qué razonamientos vamos a pedir ser perdonados si nosotros no somos capaces de perdonar? Injustos seremos si tenemos la osadía de exigir que no