Solemos considerarnos mejores de lo que realmente somos. Decimos que nos conocemos bien pero no es cierto. Tenemos encima de nosotros demasiadas capas de autoestima que nos impiden vernos como de verdad somos. En los demás, enseguida vemos los defectos y casi nunca las virtudes. Por eso somos rápidos en reprender y lentos en halagar. Más nos valdría que nos esforzáramos un poco en mirar nuestro interior para descubrir todo aquello, que es mucho, que debemos desechar porque nos impide ser mejores de lo que somos.
¡Cuántas veces no nos atrevemos a dar determinados pasos, en la línea evangélica, porque nos atenazan los miedos a lo que puedan decir o pensar