Cuando nuestros pensamientos o nuestros actos no son buenos, nos remuerde la conciencia. Nos sentimos intranquilos. Con pesadumbre. Tristes. En el fondo lo que nos sucede es que reconocemos que no hemos sido fieles al amor de Dios. Esto nos quita alegría. Pero si somos capaces de reconocer nuestros yerros, y nos ponemos en disposición para corregirlos, volverá a nosotros la alegría. Es la mejor prueba de que nos sentimos en paz con nosotros mismos.
Si nos agarramos con auténtica fe a la misericordia de Dios y nos fiamos de su bondad, caminaremos más seguros. Porque en la carrera de