Afortunadamente, cada vez tenemos más sensibilidad medioambiental. Y con mayor precisión sabemos detectar cuándo nuestro planeta está en riesgo; o lo está alguna de sus especies. Decimos: “esta especie está en riesgo de extinción”. Sirva el ejemplo para decir que hay determinadas maneras de estar en la vida que se encuentran en “riesgo de extinción”. Mejor que describirla, pongo un ejemplo, el del evangelio de este domingo, Juan el Bautista. Es una persona estadísticamente singular, es decir, de los muy pocos que no viven dispersos, sino entregados y unificados a una causa. Juan vive para anunciar la llegada del Mesías. Éste es el objetivo último y fundamental de sus días y de su vida. Es el hombre del desierto que invita a todos a prepararse con la conversión, a allanar los socavones de la integridad y a enderezar lo que está torcido con respecto a la verdad. Porque él vive para encarar y defender esta verdad.
En un momento determinado del ejercicio de la misión de Juan entra en escena Jesús. Anuncia que con él ha llegado el Reino de Dios. Y el Bautista comienza a vivir en contradicción. Por un lado, no se siente digno de desatarle la correa de las sandalias, porque se siente sólo el precursor, el que le prepara el camino. Él no es la palabra, sólo la voz; ni tampoco el novio, sino el amigo del novio. Y cuando lo ve pasar, lo señala a sus discípulos como el cordero de Dios. Y, como el que vive lo que es normal y esperado, se desprende de ellos para que sigan al que sólo se debe seguir. Pero, por otro, Juan alberga la duda. ¿Será él o habrá que esperar a otro? Él siempre ha vivido con una imagen de lo que será que no se ajusta a lo que Jesús es. Pero la duda se sobrelleva cuando hay fortaleza interior. La duda se alberga y se integra cuando hay convicciones que hacen de contrapeso. Pero la vida es la vida. Y Juan termina en Maqueronte. Maqueronte es la cárcel donde Herodes lo ha enviado. Le ha costado cara la verdad a la que siempre ha servido. La vida del Bautista no siempre estuvo sobrada de facilidades y éxitos. Pero esto último ha tocado su ánimo. Comienzan las preguntas: “¿Estaré equivocado? ¿Será realmente él?”. Necesita saber, necesita un puntal que sostenga un edificio que amenaza ruina.
Cuando Jesús recibe a los que Juan ha enviado se hace cargo de su situación. Sabe que está quebrantado y en la cárcel. Es consciente de que hasta los más grandes nacidos pueden sufrir la tentación del escándalo. Y es que el Reino ha irrumpido con tanta novedad, también en la vida de Juan, que desinstala y desconcierta. Jesús no le responde con teorías, sino que les invita a ver y oír el gran signo: “A los pobres se les anuncia la Buena Noticia”. Dios está aquí, ¡ha llegado!. Ha venido a dar Vida, a consolar, a aliviar, a rescatar y a resarcir. El anuncio a los pobres es la prueba evidente, la luz que disipa la oscuridad del escándalo. Con los enviados de Juan quiere hacerle llegar un mensaje: “El Reino ha llegado, Juan, y en tu pobreza de Maqueronte, Dios te anuncia su cercanía”.
Ante tanta duda actual, ante tanta indiferencia e ignorancia, ante tanta confusión o creencias distorsionadas sólo nos queda que la gente vea y oiga que a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Por ello tenemos la necesidad de reconvertir nuestro corazón para que en ellos habiten los más pobres. Hemos de reconvertir nuestros discursos para que ellos expresen sensibilidad por los más necesitados. Hemos de reconvertir nuestras acciones para que nuestros sentimientos y palabras vayan respaldados por la vida. El Reino de Dios siempre será escandaloso; pero una Iglesia al margen de los pobres sólo será un escándalo.