HOMILÍA DOMINGO ASCENSIÓN-A (21 mayo 2023) Mt 18, 16-20
Dice el evangelio de este domingo que cuando los once llegaron al monte de Galilea que les indicó Jesús, «al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron». Sería interesante saber cómo cada uno, desde la postura que adoptó, escuchó la frase final: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos». La duda persistente y consentida quita toda la fuerza a estas palabras de Jesús que son una Buena Nueva, una maravillosa noticia. En esa nueva situación de la ausencia física de Jesús reciben de él la promesa de su presencia continua hasta el final. Está con ellos el Poderoso: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra». Él es la piedra angular que fue desechada por los arquitectos y con la que su Padre ha realizado un milagro patente. Y les encomienda una misión: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado».
Hoy queremos recordar a todos aquellos hermanos y hermanas que creen en la «Ascensión» de Jesús como un irse para estar más fiel y eternamente presente con nosotros. Jesús ascendido se convierte en «Presencia», en esa presencia que nos espera en nuestras «galileas». Nuestras «galileas» son la vida cotidiana, esa tarea a realizar, ese encuentro a tener, ese ánimo que te empuja o te lastra, esa situación que vives, tus vivencias internas condicionadas por tu historia pasada… «Galilea» es lugar de encuentro. En nuestras «galileas» se ve sin ver, y eso provoca una gran duda. ¿Cómo creer si no veo nada? ¿Cómo hacerlo si todo el mundo dice que no ve nada? Por ello ante Jesús ascendido convertido en Presencia solo cabe asentir. Uno asiente ante el Misterio de la Presencia Eterna e Invisible cuando se rinde ante la no evidencia y la invidencia. Es la sensación de caminar sobre el agua, solo apoyado en la confianza y el abandono en una superficie que se hunde bajo los pies.
Hoy queremos recordar a esos testigos «de la puerta de al lado» que creen en un Jesús ascendido al que «se le ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra». Son esos misioneros y portadores de esperanza que viven el mal, el sufrimiento, el fracaso sólo como estación de paso. Esos que han declarado la guerra al desaliento; los que siguen esperando cuando no hay nada que esperar; los que viendo la precariedad de nuestros cielos y tierras esperan la llegada de «un cielo nuevo y una tierra nueva». Son los que dan más crédito a la Presencia Invisible que a todos las limitaciones visibles y palpables.
Hoy queremos recordar a esos hermanos y hermanas que han hecho suyo el mandato de Jesús: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos». Algunos de ellos tomaron o tomarán un barco o un avión para irse lejos; la mayoría vivirán la lejanía de la misión en el barrio o pueblo en el que viven desde siempre. Son esos que guardan como un tesoro el evangelio de Jesús; y esa joya quieren compartirla para que otros la guarden. No lo hacen desde arriba, como los que enseñan a los que no saben; no lo hacen desde fuera, como los que van a donde está la gente; no lo hacen desde lejos, como sin vincularse con aquellos con los que trabajan. Lo hacen a modo de sal o levadura; simplemente «son» en medio de la masa que los aprieta y los hace suyos. Y en la cercanía los «contagia» de sabor y fuerza de fermentación. Son los que dicen con el Jesús ascendido: «Estamos con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
Pepe Ruiz Córdoba