Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

Señor y Dador de Vida

Jn 20, 19-23

PENTECOSTÉS

Ciclo A

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No tengáis miedo

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Señor y Dador de Vida

HOMILÍA DOMINGO PENTECOSTÉS-A (28 mayo 2023) Jn 20, 19-23

A muchos de los que celebramos la eucaristía en Pentecostés nos gustaría poder vivir las sensaciones de las experiencias que se narran en las lecturas. Nos gustaría oír el estruendo o ver la llama del Espíritu sobre nuestra cabeza. Nos encantaría ver cómo el miedo desaparece y la valentía nos lanza a la predicación que todo el mundo entiende. ¡Qué daríamos por ver entrar al Resucitado deseándonos la paz y lanzándonos a la misión!

Pero para la mayoría será una experiencia humilde velada y mediada por la fe. Para muchos, Pentecostés será la fiesta del creer confiadamente lo que otros creyeron y transmitieron: que la presencia del Resucitado nos envolvería y acompañaría todos los días hasta el fin del mundo. Para muchos, la experiencia del Espíritu será esa luz tenue, débil y tintineante que a duras penas alumbra el aquí y el ahora, el paso inmediato a dar. O ese consuelo sencillo que nos sostiene en los desconsuelos de la vida. O ese suelo que cede en la pisada pero que mantiene lo justo para caminar. Para muchos la experiencia del Espíritu será la del «dulce huésped del alma», que da las señales justas para saber que está pero que sólo podemos adivinar detrás de la puerta. Para muchos, la experiencia del Espíritu será como una fugaz brisa que nos da el gozo, la tregua y el consuelo necesario, sólo el necesario, para mantenernos en el duro trabajo y el duelo. Para muchos, la experiencia del Espíritu tendrá sabor a vacío, pero un vacío habitado. Es la experiencia del amargor de la no presencia que no llega a ser ausencia. Es la experiencia de ese deseo siempre deseante, siempre insatisfecho, siempre en inquieta búsqueda. Es la experiencia de ese agua que quita la sed para despertarla más tortuosamente fuerte.

Para muchos, la experiencia del Espíritu es la fe en la promesa del que es «Señor y Dador de Vida». Es el abandono vertiginoso y confiado al que puede dar Vida al páramo reseco de nuestra vida. Es el abandono confiado y vertiginoso al puede puede infundir calor de vida en la fría muerte, en aquello que nos parece muerto y sin posibilidades de no estarlo. Es la presencia del que vence la desconfianza a creer que puede infundir salud y evangelizar lo profundo del corazón humano: esa profundidad nuestra donde pareciera que ya no somos nosotros mismos; esa huella de nuestro pasado que nos condiciona más que lo que ocurre en el presente; esas fuerzas del amor y del desamor que zarandean nuestra barca y la amenazan de zozobra; esa mancha oscura y fea que no se acepta y que termina siendo clave en el conjunto del cuadro de la vida.

Para muchos la experiencia del Espíritu será la encrucijada de ver qué se hace con el don recibido. Es la experiencia del que te va sacando de los atascos del inmovilismo, del enredo de todo lo que dispersa, del extravío de decisiones que nos pierden del proyecto. Es la experiencia de ver cómo, a pesar de todo, se va dando el despliegue, la opción por la vida, la ilusión por el proyecto, el vivir cuidando. Es la experiencia del que ve que esos pasos ciegos y cortos van haciendo un camino de sentido y salvación. La experiencia de un mundo donde cohabitan el terror y la bondad, las grandes fuerzas de destrucción y los pequeños, y al mismo tiempo grandes, testimonios de personas que entregan la vida, que construyen un mundo mejor siendo buenas compañías en lo oscuro del cotidiano vivir.

Pepe Ruiz Córdoba

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