Damos un pasito más en este tiempo de adviento que simbolizamos con el encendido de la segunda vela de la corona. Cuando anhelamos que llegue algo contamos los días que faltan para el gran encuentro. Por eso le pedimos al Señor que acreciente nuestro deseo y anhelo de Él y de su Reino. Hoy la Palabra de Dios nos va a explicar un poco más qué es eso del adviento. Y tenemos la suerte de poder sumergirnos en ella para dejarnos alimentar por el Señor en el camino de la vida. ¡Vamos a adentrarnos en el mensaje!
El evangelio de hoy comienza ofreciendo unos datos históricos que nos dejan un poco desconcertados: “En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea…”. Pero si lo expresáramos de esta manera nos resultaría más familiar: “ En el año dos mil dieciocho, siendo presidente de los Estados Unidos Donald Trump, presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker y presidente del Gobierno Español Pedro Sánchez…”.
¿Por qué tantos datos históricos? Porque la experiencia de Dios no se tiene al margen de la vida real, sino en ella. En un momento histórico concreto y real vino la Palabra de Dios a alguien también de carne y hueso, a Juan El Bautista. Éste era un hombre del desierto, alguien que, para vivir en profundidad el tiempo que le tocó, necesitaba espacios de soledad y silencio para ver más allá de las apariencias y para tener una opinión crítica del mundo en el que vivía.
Juan acogió la Palabra que se le daba en el silencio y se sintió urgido a compartir su experiencia. Esa experiencia tenía dos puntos esenciales: la necesidad de conversión y la urgencia de preparar el camino al Señor. Veía el mundo roto y necesitado de un cambio en lo más profundo. Porque era imposible cambiar las estructuras si no se cambiaba antes el corazón de los seres humanos. Pero para ello había que ayudarles a quitar todo obstáculo para que el aire de conversión pudiera entrar en esos corazones. ¿Qué hacer, se preguntaba, para preparar el camino al Señor? ¿Qué hacer para enderezar lo torcido o rellenar lo escabroso?
Adviento es un tiempo hermoso que habla de esperanza. Es tiempo que huele a Navidad, a luces y vida en las calles, a castañas asadas y a belenes. Pero adviento también es tiempo de realismo, de abrir los ojos, de mirar a nuestro alrededor, de ser conscientes del entorno y del contexto en el que vivimos. Adviento es tiempo de escuchar el clamor de la gente y sus preocupaciones; es oportunidad para escuchar y leer las noticias de cerca y de lejos; es ocasión para abrir bien los ojos y darnos cuenta del mundo en el que vivimos, de sus angustias y de sus alegrías. El adviento no adormece, sino que espabila. Pero no sólo espabila las mentes, sino también el oído, pues en y a este mundo Dios le dirige una Palabra. Una Palabra de Vida (con mayúscula): hay esperanza y salvación. Pero, ¿qué hemos de cambiar para hacer posible que la vida entre en medio de tanta muerte? Esa es la pregunta que puede acompañarnos durante la semana. Haz un favor al mundo: céntrate en tu corazón, míralo, ahonda en él, sé un hombre o una mujer del desierto. Y pregúntate: “ ¿Qué actitud profunda se me invita a cambiar para dejar paso al Señor y a los hermanos en mi vida? ¿Qué hay de torcido o escabroso en mi vida que hace intransitable el camino para que los demás lleguen a mí y para que el Señor ocupe el lugar que le corresponde?