San Ignacio de Loyola invitaba a hacer una composición de lugar tal que pudiera imaginarse la escena del evangelio que se estuviera meditando. ¿Cómo te imaginas a Jesús trabajando en el taller? Lo mismo como un artesano paciente y laborioso, que sabe trabajar con calma y sosiego, dándose en cada golpe de martillo o gubia. Pero ese talante de artesano Jesús lo extendió a otras áreas de la vida. Ya en su vida pública, cuando elegía a los discípulos o se le acercaban sus seguidores, sabía acompañar con esmero el proceso de cada uno de ellos.
Más allá de la impaciencia o del reproche natural, y del momento concreto, él iba acompañando en el crecimiento y la personalización a todos aquellos que querían seguirle. Sabía exponerles los secretos del Reino acomodándose a su entender, ilustrándolos con las parábolas; les ayudaba a profundizar desde lo que vivían en lo cotidiano de la vida; aprovechaba para clarificar los errores y confusiones en los que se atascaban; y sabía esperar el momento de cada uno de ellos. Para que pudieran tener fe en él, primero tenía que creer en ellos.
La instrucción se intensifica cuando en la última etapa de su vida se dirigen a Jerusalén. Allí les va diciendo cómo debe ser el seguidor de Jesús y la comunidad de discípulos. Es tal la grandeza del proyecto que se sienten abrumados. Necesitan la ayuda de Jesús: “¡Auméntanos la fe!”. Y es cuando les invita precisamente a eso, a tener fe, aunque sea la de un “granito de mostaza”. Les comenta que vivir de fe es vivir en esperanza. La esperanza es lo que te hace permanecer, sin tirar la toalla, en todos los momentos y circunstancias de la vida. Les pone el ejemplo de la morera que se planta en el mar. Les dice que nunca deben perder la confianza en las posibilidades de Dios ni del ser humano; que lo que puede parecer imposible, puede hacerse realidad.
Y ese artesano del acompañamiento fue trabajándolos poco a poco, paso a paso, sin perder la fe en sus posibilidades. Entre muchas idas y venidas, aciertos y errores, gracias al amor y la ternura con que los cuidaba, fue siendo testigo del milagro de la morera. Pues iba observando cómo, en medio de sus fragilidades, iban renaciendo, se iban convirtiendo en hombres y mujeres nuevos, en discípulos de Jesús.
Con esta técnica de apostolado les proponía valores alternativos a la sociedad en la que vivían. Frente a una sociedad donde primaba el más fuerte, donde valías en función de lo que tenías, y donde cada vez eran más lo que tenían menos, él proponía un modelo de comunidad de valores invertidos. Él les invitaba a vivir de forma abnegada, desprendida, en servicio gratuito a los demás. Les proponía estar en la comunidad como un “criado”. Es decir, que lo que realmente les motivara, lo que auténticamente les hiciera estar en ese grupo fuera el servir. O dicho de otra manera, que el servicio en sí mismo fuera la recompensa a su servicio.
Es probable que al escuchar el Evangelio nosotros digamos también: “¡Auméntanos la fe!”. Porque es posible que la hayamos perdido y, con ella, la esperanza. Más necesitamos de Jesús cuanto mayor sea nuestro cansancio; cuanto más cansados estemos de esperar en la acción renovadora de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo; cuanto más cansados estemos de creer en las posibilidades del otro; cuantos más cansados estemos de luchar por una comunidad de valores alternativos e invertidos. “Estamos cansados, Señor: ¡Auméntanos la fe!”.