Un nuevo año nos encontramos en lo que los cristianos llamamos Semana Santa. Y dado el carácter cíclico de la vida volveremos a repetir las mismas celebraciones, los mismos signos, los mismos cantos, las mismas procesiones… Es cierto que lo mismo nunca es del todo igual, porque nosotros somos diferentes, pero siempre tenemos que hacer un esfuerzo por no caer en la rutina de lo que toca.
Yo escribo pensando en personas de latitudes diversas porque, al menos, a ellas se les enviarán estas palabras. Por ello, si yo describiera lo que estoy escuchando y casi viendo desde donde trabajo, seguro que a un ecuatoriano, y mucho más a un chadiano, le costaría entenderlo. ¿Qué pensaría si les digo que entre el ruido del viento, el rodar de los coches, el cantar de las gaviotas me llega el redoble de los tambores y el sonido de las trompetas? ¿O qué dirían si les cuento que en la puerta de mi parroquia hay una imagen barroca de una virgen dolorosa, ataviada con un manto y una saya bordada, expuesta en besamano? ¿O se imaginan que uno puede estar tan tranquilo por la calle y llegarle la fragancia del incienso en cualquier momento?
Por aquí muchas personas cuentan los días que quedan para que llegue la Semana Santa porque disfrutan con todo lo que se vive en las calles en estos días. Y pueden vivir pletóricos de alegría un Viernes Santo viendo pasar al titular de su cofradía, que es la representación de Cristo crucificado. Porque una cosa es el día litúrgico que celebramos y otra, no siempre coincidente, el estado en el que se encuentra nuestro espíritu. Puedo sentir los rigores de la cruz en pleno día de Navidad y la alegría del Recién Nacido en la hora de la crucifixión. Puedo vivir una vida apacible hasta el Domingo de Resurrección que acontece algo que me pone en situación de llevar una gran pesada cruz a cuestas.
Por ello, el reto de estos días es no solo ir a las celebraciones litúrgicas, ni a las procesiones allí donde las haya. El reto de estos días es no sólo llevar palmas y olivos, lavarse los pies, adorar la cruz o cantar el aleluya. El reto de estos días es fijar los ojos en Jesús que se adentra con pasión en los Misterios de su Pasión, Muerte y Resurrección. Y así descubrir que en la existencia siempre hay muerte, y que esta muerte puede ser vivida como oportunidad, como paso a la Vida. Al Espíritu le pedimos que nos disponga, no a pasar estos días, sino a dejarnos atravesar por estos días. No pretendemos tanto entender lo que celebramos sino arrojarnos sabia y confiadamente en el misterio de lo que celebramos para dejarnos iluminar por la sabiduría de Dios. Así, siguiendo a Jesús, podremos ir descubriendo lo que hay de Domingo de Ramos, de Jueves o Viernes Santo, de Pascua de Resurrección en la vida. E iniciados en esa sabiduría divina que viene a nuestro encuentro en estas celebraciones, viviremos la vida con la confianza de Jesús en su Padre, que no lo abandona al poder de la muerte; y con la responsabilidad de Jesús ante sus hermanos los hombres y mujeres de ayer, hoy y siempre, que no abandona tampoco al poder de la muerte.
Cada día ensayaré, no tanto una homilía, sino el relato de una situación. Serán micro-relatos que no expliquen lo que se celebra, sino que sepan a lo que se vive cada día. Sus protagonistas pudieran ser ficticios o reales, o inventados con bastantes visos de realidad. Pero ellos van a vivir lo que nosotros vivimos, hemos vivido o viviremos. Y esto que pasa en la vida, que nos pasa a cada uno de nosotros, lo podemos vivir de muchas formas. La propuestas es vivirlo con y como ese Jesús que entró en un borrico a Jerusalén, que se sentó a cenar con sus discípulos, que murió en una cruz y que venció a la muerte para estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Pepe Ruiz Córdoba