Este domingo nos encontramos en la “Noche Vieja” del año litúrgico; el que viene estrenaremos uno nuevo. Hoy, por tanto, celebramos a Jesucristo como Rey del Universo. Cuando esta fiesta se creó, allá por 1925 en el pontificado de Pío XI, el mundo estaba tan revuelto que el Papa pensó que, o Jesús y su Evangelio reinaban, o el planeta no había quién lo arreglara. En nuestro tiempo esta solemnidad, al final del ciclo litúrgico, expresa más el triunfo de Cristo tras una vida de esfuerzos y entrega que le llevan a la muerte. Casi cien años después de que se instituyera la fiesta nuestro planeta sigue revuelto. Las noticias parecen decirnos que reinar, lo que se dice reinar, poco reina Cristo. ¿O sí que lo hace? Vamos a poner un ejemplo concreto.
En España en estos días vivimos lo que se llama una “fuerte presión migratoria”. Es decir, muchas personas intentan llegar a nuestras costas, concretamente a Canarias. Las causas, muy complejas, son las de siempre y las de ahora: países de origen con mucha pobreza, inestabilidad e inseguridad; el sueño de una Europa llena de posibilidades; la respuesta de Marruecos a posturas de determinados ministros del gobierno español… Sea cuáles sean la razones resulta que muchas, muchas personas han llegado a nuestras costas.
La primera lectura de la solemnidad que celebramos nos habla de un Dios que, a diferencia de los malos reyes (pastores), será un buen pastor (Rey). ¿Qué hará con sus súbditos (ovejas)? La lectura dice que las buscará, las librará, las sacará de entre los nubarrones, las apacentará, él mismo las sesteará, recogerá a las descarriadas, vendará sus heridas… El evangelio nos presenta la parábola del Juicio Final. Como dijo San Juan de la Cruz, en ese juicio sólo se examinará del amor, pero un amor sorprendente. Unos se sorprenderán porque creyeron que no amaron a Dios y sí lo hicieron amando a los necesitados. Otros porque creyendo que lo habían amado resultó ser que no al no amar a los más vulnerables.
Entonces, resulta que tenemos, por un lado, la solemnidad litúrgica y, por otro, a los inmigrantes en las islas. La pregunta que surge, por tanto, es: ¿Cómo reina Jesús en medio de tanta confusión y de tanto movimiento migratorio? Jesús reina cuando en un corazón humano vence el respeto a la dignidad de la persona al miedo visceral que surge ante el extraño. Reina cuando alguien, superado esos miedos, llama al inmigrante persona y, por tanto, digno de ser “buscado, librado, apacentado o vendado” más allá de toda consideración ideológica o moral. Reina cuando un hombre o una mujer, un grupo, una asociación o una institución, un gobierno o un país pone sus recursos a disposición del que, en ese momento, lo necesita. Jesucristo reina cuando los valores de una sociedad se subvierten, cuando se considera que una sociedad no es más rica por el dinero que posee, sino por los valores que profesa; cuando se prefiere legar a las próximas generaciones un ejemplo nacional de solidaridad que una mayor renta “per cápita”; cuando se prefiere vivir más austeros, pero más igualitarios, que más ricos y diciendo “sálvese quien pueda”. Hasta los más creyentes pudieran tener un diálogo interior en el que escucharan voces que dijeran: “Señoras, señores, dejémonos de demagogias, de sueños utópicos, de buenismos poco realistas; por favor, que reine la sensatez y la cordura”. Pero, no olvidemos, Jesús reina; puede ir ocupando el trono de nuestros valores, de nuestra sensibilidad, de nuestra compasión práctica. Él, como dice la segunda lectura, pondrá bajo sus pies toda postura contraria a la vida.