Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

Dios sale a nuestro encuentro

Lc 15, 1-3. 11-32

IV DOMINGO CUARESMA

Ciclo C

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Dios sale a nuestro encuentro

Algo tienen las palabras de Jesús que atraen a los publicanos y a los pecadores. ¿Qué dice para llamar su atención? Resulta que le escuchan por su acogida y cercanía. Ellos se acercan a aquel que no los rechaza, sino que se sienta a su mesa rompiendo barreras y superando convencionalismos. “¿Por qué lo hace?”, se preguntaban ellos, pero también los escribas y fariseos. ¿Por qué se acerca a los que, para algunos, Dios rechaza y condena? Y es que Jesús es ateo de esa imagen de Dios.

¿Cómo es el Dios de Jesús? Nos lo va a explicar, pero no de forma abstracta ni metafísica, sino con un cuento, con un ejemplo, con una parábola: la que normalmente llamamos del Hijo Pródigo pero le vendría mejor del Padre Misericordioso.

Y allí estaba ese pobre hombre esperando cada mañana a que su hijo regresara. Esa era la esperanza profunda de su corazón, en ello consumía sus energías. Lejos de darle vueltas al agravio al que había sido sometido y a la ingratitud de su hijo, cada madrugada era fiel a la cita y se asomaba para ver si volvía por el camino que se marchó.

El milagro se produjo. Una mañana lo vio venir cansado y humillado. Pero él se lanza a su encuentro. Lo que le importaba no era lo que hizo, sino lo que está haciendo, volver. Y cuando llega lo abraza, lo llena de besos y le impide que siga diciendo nada que le haga sentirse humillado.

El rencor y el resentimiento no hubieran hecho posible la fiesta. ¡Cómo no hacerla! ¡Era su hijo! ¡Había vuelto! ¡Había sido recuperado! Y centrándose en él, y no en lo que había hecho, el padre se puso a recomponerlo. Y lo vistió, le puso el anillo y lo calzó. Y, además, sacrificó el mejor animal sólo porque lo amaba.

Así era el Dios en el que Jesús creía, el Dios del amor y de la gratuidad, de la acogida y del perdón. Pero ese Dios de entrañas de misericordia es difícil de entender: por los escribas y fariseos, por los pecadores y publicanos, y por nosotros mismos. Los primeros no podían aceptar una divinidad tan contraria a la imagen del Dios santo que aparta a los que obran el mal. Los segundos se sentían tan atraídos por la novedad de Jesús como desconfiados de si todo eso sería verdad. Y nosotros, viéndonos incapaces de amar de esa manera, pensamos que tampoco Dios puede hacerlo. ¿No somos todos como el hermano mayor que no podía entender tanta fiesta? ¿Cómo poder celebrar la vuelta de alguien que ha hecho lo que ha hecho? Entonces, ¿da igual cumplir que no cumplir?

Tener la experiencia de cómo Dios sale a nuestro encuentro, nos abraza, nos llena de besos, recompone nuestra dignidad y nos celebra una fiesta es clave. Es lo que nos hace sentirnos amados y perdonados en medio de otros amados y perdonados. Porque sólo así pondremos la fuerza en la persona, no en sus conductas; en el hecho de que vuelvan, no de lo que hicieron; en la realidad que están vivas, no en sus acciones de muerte.

Ése es el Dios que nos moviliza, que nos hace ponernos en salida, que nos lleva a “primerear” (como diría Francisco), que nos hace acoger y comer con cualquier persona por el hecho de serlo.

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