Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

Dos mujeres sencillas se visitan

Lc 1, 39-45

IV DOMINGO DE ADVIENTO

Ciclo C

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Dos mujeres sencillas se visitan

Nos encontramos a las puertas de la Navidad, casi rozando las fiestas del misterio del Dios encarnado. Y ojalá que todo lo que en estos días se mueve a nuestro alrededor vaya subordinado a lo esencial. Que las luces, la algarabía en las calles, los encuentros familiares, los regalos y las comidas sean plataforma de encuentro con ese Niño que nos habla de la humanidad y ternura de nuestro Dios.

El Evangelio de hoy nos hace el primero de los regalos navideños. Porque, ¡mira que es tierna la escena que nos pone por delante! Y lo es porque no hay nada de especial: ni se da en una gran ciudad, ni hay personajes socialmente relevantes por medio, ni contiene asuntos de máxima importancia. Su ternura radica en la sencillez y profundidad de lo ocurrido. Esta escena es especialmente bella porque nos muestra lo sublime de la experiencia de Dios en el envoltorio humilde de la vida cotidiana.

Las protagonistas, dos mujeres embarazadas; y las abandonadas al Dios que ha irrumpido en sus vidas. Ambas por separado han consentido que el Señor las convirtiera en mediación de Vida; pero, para ello, han tenido que entregarle su existencia. María aún está impactada por la convicción profunda de que había sido llamada para ser madre de Dios. Y es cuando le llega la noticia de que Isabel, a pesar de la avanzada edad, va a tener un hijo. La muchacha que había tenido la experiencia espiritual más intensa que se puede tener, se encuentra con una circunstancia de la vida ante la que debe tomar una decisión. ¿Qué hacer? Para ella no cabe otra cosa más que responder, ponerse en camino; además, hacerlo con prontitud, aunque sea a la región montañosa. La mística más grande de los tiempos es también la profeta más grande de la historia. Su experiencia de Dios le hace poner el corazón en lo más ordinario y sencillo de la vida. Es la maestra mística de la cotidianidad.

El encuentro de las dos mujeres es la fiesta de la fe y la alegría. Dos mujeres sencillas, en una región sencilla y en una casa sencilla. Ambas están embarazadas de una profunda experiencia de Dios. Se saludan. Isabel experimenta el gozo interno y reconoce a María como la que se ha puesto plenamente a disposición del Señor. Todo es sencillez, alegría, servicio. Y le ofrece a su prima una bienaventuranza: «Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá”. La declara feliz porque ha acogido la Palabra de Dios, porque se ha abandonado a ella con absoluta confianza; porque ha dejado que el plan divino disponga hasta del rincón más escondido de su vida. Y lo ha hecho con la confianza de que la Palabra de Dios siempre engendra Vida (con mayúscula). Su Palabra, transite por donde transite, siempre crea Vida.

Todos tenemos un pósters, una estampa o una imagen con la que nos identificamos, que expresa nuestros deseos y pretensiones. Hoy el evangelio nos presenta una bella postal: la de dos mujeres sencillas que se visitan, que se encuentran, que se alegran por su vivencia de fe. Ellas se convierten en modelo para la Iglesia, para nuestras comunidades parroquiales, para nuestras asociaciones y grupos cristianos. Ellas nos invitan a no deambular por las periferias de Dios, sino dejar que Él entre y acampe en nuestras profundidades. Ellas nos animan a experimentar la alegría de dejar a Dios rienda suelta en nuestra vida; a no reservarnos nada sino ponerlo todo a disposición de su proyecto. Estas mujeres nos dan una lección magistral de que la experiencia de Dios tiene un lugar preferente: la vida sencilla y ordinaria; no los lugares centrales, sino las periferias de la existencia.

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