En esta eucaristía celebramos con alegría la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Dicho de otra manera, que María fue concebida sin pecado original.
La primera lectura es del primer libro que aparece en la Biblia, él Génesis. Este relato es una forma sencilla de expresar una reflexión profunda. Los creyentes de hace miles de años tuvieron que responder a una pregunta que es muy actual: ¿Cómo siendo Dios un creador bueno existe el mal en el mundo? La respuesta es: el mal es introducido en el mundo por la mala utilización de la libertad por parte de los seres humanos. Y para contar esto crean el relato tan conocido por nosotros: cómo crea al hombre y a la mujer viviendo en armonía; de cómo rompen el plan de Dios comiendo del árbol prohibido; de cómo Dios cita al hombre y a la mujer, que comienzan a no vivir en armonía; de cómo escucha sus explicaciones sobre lo ocurrido; y, por último, de cómo dicta sentencia. Una de las frases que dice es: “Establezco hostilidades entre ti y la mujer”.
Pues bien, esta frase (“Establezco hostilidades entre ti y la mujer”) y el saludo del ángel: “Alégrate, llena de gracia”, que hemos leído en el evangelio, son los dos textos de la Biblia que animaron el pensar de los creyentes de muchos siglos sobre si María fue concebida o no sin pecado original. Como Dios no tiene reloj su ritmo es muy diferente al nuestro. Él nos va revelando las grandes verdades a través de nuestra lenta y torpe reflexión. Esto también pasó con la Inmaculada Concepción. Durante trece siglos los teólogos no supieron salir de un callejón sin salida: “… si María no tenía pecado original, no necesitaba la salvación de Cristo”. ¡Y eso era imposible!
Fue en un concilio en la ciudad de Éfeso donde la Iglesia declaró, con la autoridad que Dios le daba que sí, que María era Madre de Dios. Entonces comenzó a desatascarse la cuestión. Si María era la Madre de Dios ello exigía que debiera ser pura y, por lo tanto, ser la excepción entre todos los cristianos salvados. Es curioso, mientras los teólogos no tenían del todo claro lo de si María fue concebida sin pecado original, el pueblo iba por delante y lo afirmaba cada vez con más fuerza. Es lo que se llama el “sensus fidelium”.
Un buen día dos señores: Guillermo de Ware (s. XIII) y Duns Scoto (1286-1308), que les sonaría a los suyos como Rodríguez y Fernández a nosotros, se les ocurrió pensar: “A ver, Cristo nos salvó a todos nosotros; a la mayoría quitándole el pecado original; a María preservándole de él”. A partir de ese momentos las cosas comenzaron a desarrollarse con mayor rapidez. Y en 1854 el Papa Pío IX escribió una Bula llamada “Inefabilis Deus” en la que decía: “Con la autoridad de N.S.J.C., la de los santos apóstoles Pedro y Pablo y la nuestra, declaramos, pronunciamos y definimos la Inmaculada Concepción de María como dogma de fe”. Y es curioso, en España, para festejar tan gran acontecimiento inventaron unos dulcecillos en honor al Papa que declaró el dogma: “los piononos”.
¿Qué mensaje podemos sacar para nuestra vida de esta solemnidad? Como el pueblo de Israel todos nosotros hemos sentido la necesidad de sentirnos liberados; todos hemos experimentado que sólo con nuestros esfuerzos hemos fracasado y necesitamos de Dios. Y Dios no defrauda, sino que responde a nuestras esperanzas: Él nos salvará, Él nos liberará. Y lo que hará con nosotros con María lo ha hecho ya y plenamente. Y lo hace como Dios hace las cosas: por pura gracia, gratuitamente. Porque Dios siempre purifica y acompaña si nos encomienda una misión. Por ello, la que iba a ser madre del Santo, templo donde iba a encontrarse lo humano y lo divino, debía ser absolutamente santa. El mundo necesita muchos devotos de María, es decir, gente como ella.
¡Ave María, purísima! Sin pecado concebida.