HOMILÍA DOMINGO III PASCUA-A (23 abril 2023) Lc 24, 13-35
Los discípulos de Emaús eran dos personas desencantadas, desengañadas. Habían vivido una historia encantadora cuya promesa la realidad se encargó de demostrar que era un engaño. Todo fue muy bonito mientras duró. Había que reemprender el camino a lo de antes con la herida de la frustración por lo que se esperaba y nunca llegó. ¿Nos encontramos en nuestros contextos muchos desencantados? ¿Hay en la Iglesia muchos desengañados? ¿Quién de nosotros no va un poco hacia Emaús? Nosotros esperábamos que las cosas de la vida fueran de otra manera. Y resultó ser que ni la pareja llenaba tanto, ni el trabajo realizaba como pensaba, ni las vacaciones recomponían como soñaba. Y si buscamos otras cosas encantadoras otros tantos desencantos volvemos a encontrar. ¿Y Dios? Lo habíamos imaginado tan grande, tan hermoso, tan santo y tan poderoso que hasta lo mismo lo es, pero de otra manera. Más de uno transitan la ruta del desencanto.
Esta ruta es inevitable, porque es la que nos enseña a ver las cosas como son y no como las imaginamos. El camino de Emaús es el paseo amargamente sano del realismo esperanzado. Es el proceso de amar con conocimiento de causa a la persona con la que me casé; de sentirme realizado en lo terrible que tiene el trabajo cotidiano; de liberarme de mi imagen de Dios para orientarme verdaderamente hacia Él. Pero para que esta ruta sea camino de crecimiento transformante es necesario marchar acompañados por alguien que ofrezca palabras de sentido y alimente nuestra esperanza.
Lo primero es «marchar». El efecto del desencanto puede ser el bloqueo, el abandono, el tirar la toalla. Marchar es la decisión de seguir en el camino poniendo nuestra voluntad por encima de nuestras apetencias. Es seguir dando pasos cuando lo que nos gustaría es parar y dejar de darlos. Marchar es la opción por mantenerse en lo cotidiano desprovisto de todo salvo de la decisión de permanecer. Lo segundo es marchar «acompañados». Es caminar sostenidos por la fuerza de una familia, o por el abrigo de un grupo que te acoge, o por los amigos que saben estar en las verdes y en las maduras. En ocasiones esa compañía toma forma de acompañante espiritual o de psicólogo. Lo tercero es marchar acompañados «por alguien que ofrezca palabras de sentido». Por aquellos que se atreven a hablar después de haber escuchado mucho; de los que no suelen tener un consejo fácil que lo dan cuando no se le pide y para cualquiera de las situaciones. Personas, que sin dar sermones, saben ofrecerte esa parte de la Palabra que conecta con lo que vives; que ilumina lo que atraviesas; que te hace arder el corazón. Son los que, fruto de la escucha y del silencio, ofrecen palabras que dan sentido a seguir un poco más en la marcha. Lo cuarto es marchar acompañados por alguien que ofrezca palabras de sentido y «que alimenten la esperanza». Por aquellos que no venden falsas ilusiones que son seguros desengaños. Son profetas de esperanza realista; que sin obviar lo áspero de la vida no dejan señalar un horizonte. De esos con los que puedes compartir el Pan que alimenta, el Pan del camino y de la marcha larga y ardua.
Y cuando tenga que ser, no cuando nosotros lo tengamos programado, nuestros ojos se abrirán y nuestra visión ya se habrá liberado del desengaño y el desencanto. Ya no iremos de vuelta de la vida, sino que volveremos a ser testigos serenos y probados de cómo la vida se aquilata en los caminos hacia Emaús,
Pepe Ruiz Córdoba