HOMILÍA DOMINGO III T.O-B
¿Qué creyente no desearía que Dios fuese un poco más claro y explícito a la hora de decirnos qué quiere de nosotros? Pero cada uno es como es y hemos de dejar a Dios ser Dios. Él nos habla de forma mediada, a través de la Escritura, la gente, la vida, los acontecimientos… De ahí que, para poder escucharlo, necesitemos un estilo de vida basado en el discernimiento; ir por la vida como buscadores atentos y vigilantes. Esto es tan propio de la condición humana que ni Jesús se libró de ello. ¿Qué quería su Padre Dios de él? No le quedaba más remedio que buscar su “voluntad escondida”. Algo intuyó a raíz del apresamiento de Juan. Fue naciendo en él la convicción de que debía volver a Galilea a seguir con la tarea que él había dejado. Su predicación era sencilla y contundente: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio”. Dios no se ha desentendido de este mundo. Ha llegado el tiempo de su reinado, de su presencia que traerá amor, justicia y paz. Él ha tomado la iniciativa; a los hombres y mujeres les queda cooperar con el regalo que se les ha hecho. Para ello han de convertirse, volver su vida entera a Dios, dejar que reine en el corazón, permitirle transformar nuestros hábitos y modos más profundos. Convertirse y creer; fiarse de Dios y de su promesa; esperar que hará lo prometido, aunque parezca que no, por ser Alguien de Palabra; darle la razón viviendo la Buena Nueva del amor en lo cotidiano de la existencia. Después de un tiempo recorriendo Galilea anunciando el Evangelio decide pedir ayuda. Les hace la propuesta a unos pescadores. Y, por lo que dice el relato, Jesús y su propuesta les seduce tanto que dejan redes, barcas y padres para seguirle. ¿Qué es lo que les seducirá de un pobre errante que sólo atrae a los más cansados y agobiados? ¿Cómo estará su corazón para dejar la seguridad tangible de las redes para ir en busca de la sóla promesa de una Buena Nueva? ¡Qué pandilla más fantástica! Jesús, Simón, Andrés, Santiago y Juan. Cinco enmallados anunciando una promesa de esperanza en medio de un mundo poderoso que amenaza con aplastarlos. ¡Increíble!
¿Qué nos dice a nosotros este relato evangélico? En ocasiones podemos pensar que todo esto nos parece muy lejano: un Juan Bautista encarcelado; una tierra que se llama Galilea; un lago donde hay pescadores, redes y barcas; unos que se dedican a ir diciéndole a la gente que se convierta y crea… Y, visto de esta manera, puede que la imagen bucólica que imaginamos acreciente nuestra piedad para vivir, como podamos, una realidad que nada tiene que ver con lo que nos dice el Evangelio. ¿Nada? Imagínate tu barrio o tu pueblo: esas calles donde la gente va y viene. Piensa en cada una de las casas donde se viven situaciones muy diversas. Observa cada comercio en el que hay alguien que intenta sobrevivir en estos tiempos de dificultad. Mira el rostro semioculto de los que pasan a tu lado, piensa en lo que pueden estar viviendo, en cómo les afecta, en cómo ven la vida y si de ella brota una súplica a vete tú a saber qué Dios. Y en medio de esa masa imagínate a ti habiendo dejado redes y barcas. Vivir habiendo dejado todo para seguir a Jesús es situarte en la vida no queriendo ser el centro. Francisco diría no “autorreferenciándote”. Es vivir no sólo considerándote a ti y a los tuyos, sino considerando a todos los desconocidos que pasan rozándote de forma anónima. Es vivir haciéndote cargo de tu vida y la de los tuyos pero sintiéndote enviado a hacerte cargo de lo que ocurre a tu alrededor. Es proclamar la cercanía del Reino subvirtiendo las dinámicas reinantes: ante la indiferencia capacidad de indignarse; ante el individualismo actitud de fraternidad; frente a la prisa opción por pararse; ante el miedo que nos encierra confianza frente al desconocido.