Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

En el desierto espiritual

Mt 4, 1-11

DOMINGO I CUARESMA

Ciclo A

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En el desierto espiritual

HOMILÍA DOMINGO I CUARESMA-A (26 febrero 2023) Mt 4, 1-11

El evangelio dice que “Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado”. Es decir, presenta esta situación de tentación como una “experiencia espiritual”. Esto a nosotros nos ilumina y nos consuela, porque nos dice que esos momentos de “desierto” en la vida, donde nos sentimos hambrientos y necesitados de algo más que de pan, pueden ser momentos privilegiados para situarnos mejor en nuestra relación con Dios. La tentación no es mala, simplemente “muy incómoda”.

En ocasiones la vida nos pone en situación de desierto donde somos tentados. Se nos presentan situaciones conflictivas que purifican y clarifican nuestra relación con Dios. Esto lo vivió Jesús. Él se sabia “hijo amado” de su Padre y las tentaciones le ayudaron a clarificar qué significaba realmente esto. La tentación acompañó a Jesús en su vida en orden a que su relación con su Padre fuera cada vez más auténtica. Y la tentación aparece en nuestras vidas de formas muy diferentes: una situación donde parece que Dios calla; el momento de tener que tomar una decisión; un conflicto que aparece; una situación anímica que padezco…

Pero dependiendo de la etapa en la que estés en la vida espiritual podrás percibir o vivir tentaciones más o menos profundas. Ocurre como en el aprendizaje de los idiomas. Para un principiante poder decir el nombre o pedir un café en otra lengua ya es un logro. Después se enfrentará a la conjugación de los verbos irregulares. Y será de nivel avanzado cuando pueda usar en la conversación fluida esas expresiones culturales poco frecuentes. A riesgo de ser demasiado simple, vamos a ver esos “niveles de tentación” que podemos vivir.

El primero y más elemental es el que nos pone en el brete de tener que elegir toscamente entre el bien y el mal. Sería cuando la persona se dice, “yo ni robo ni mato”. Es como si tuviera que elegir entre dos caminos muy anchos y poco definidos. Esto, que parece simplón, ya denota una sensibilidad.

El segundo requiere algo más de esta sensibilidad, porque ante ti se te ofrece vivir, ya no sólo desde los principios generales de los Diez Mandamientos, sino desde la sensibilidad de Jesús. Pero, claro, esto supone un conocimiento de Jesús no por tradición o educación, sino interno y personalizado. Ya no es que no robe o no mate, sino que me doy cuenta de que robo cuando no comparto, y mato cuando excluyo al diferente, por poner algunos ejemplos.

El tercero ya sería hilar fino, fino. Aquí se requiere un discernimiento atento. Porque lo que se nos pone ante nosotros no es solo vivir desde la sensibilidad de Jesús para elegir entre la vida y la muerte, entre el bien o el mal hasta en los detalles, sino elegir entre lo bueno y lo mejor. Porque siendo muy evangélico dejar a tu familia para anunciar el Reino, para alguno lo mejor entre lo bueno es aplazar la decisión para irse a África por una situación concreta de su papá o mamá. Esto es solo un ejemplo limitado.

Todas estas son situaciones que nos ponen en disposición de elección y, por tanto, de ser tentados de optar por un camino ajeno a aquel o aquella que se considera hijo o hija de Dios. Pero, el cuarto nivel, sería el que propiamente nos cuenta el evangelio de hoy. Es el desierto al que nos lleva eso que ha podido sobrevenir a nuestra vida y que afecta

hondamente a nuestra relación con Dios. Eso que ha ocurrido me permite darme cuenta de que, aunque fuera inconscientemente, yo creía que Dios me daría lo que deseaba, aunque fuera un deseo muy “santo”. O que al menos me ofrecería una señal rotunda y contundente para poder seguir por el camino que yo creía que me había indicado. Y puede que, también sin darme cuenta, fuera buscando ser tenido como importante, tener renombre y consideración hasta en el trabajo por el Reino.

Situaciones como estas te hacen sentir en el desierto de la fe con la vulnerabilidad del que tiene hambre profunda. Porque se te impone la realidad de que Dios es otro alguien diferente al que tú pensabas; que no está para satisfacer tus deseos más profundos de la manera que te gustaría ; y que nuestro modo de relacionarnos con él no siempre coincide con lo que él piensa que debe ser nuestra relación. Y la tentación puede venir de formas diversas: podemos seguir intentando poner a Dios a nuestro servicio; o sentirnos tan defraudados por él que mantengamos una relación resentida, o la rompamos.

Pero si fijamos los ojos en Jesús descubriremos lo que él hizo en estos momentos de tentación. Jesús no rehuye la situación de estar en un desierto sintiendo hambre, sino que la convierte en una oportunidad del Espíritu. Pero el Espíritu sabe a quién llevar al desierto o no. San Juan de la Cruz decía que sólo el que estaba “algo crecidillo” era puesto por Dios en situación de “Noche Oscura”. En segundo lugar, en la tentación es clave la confianza en la Palabra de Dios. Cuando te gustaría sacar provecho de tu fe en una situación concreta; cuando desearías ver con más claridad que con la sola luz de la fe; cuando descubres que eres del montón por muy religioso que fueres y ves que Dios no te ayuda, confiar en la oscuridad y la nada es la única medida para atravesar el sequedal de la tentación. En tercer lugar, y siguiendo con el santo carmelita, en estos momentos se necesita “maciza paciencia”. En “tiempos recios” como diría Santa Teresa, se necesitan personas que permanezcan en el frío, la noche, la intemperie, el hambre; gente que está el tiempo que se requiera en situación de no placer y sin recibir lo que le gustaría.

Termino profundizando en esta última idea con el título de un documento de una de las conferencias de religiosos/as de Latinoamérica, que se llama “Mujeres del Alba”. Hace referencia a esas mujeres que, movidas por el amor, fueron al encuentro con Jesús que estaba muerto y en una tumba tapada con una piedra enorme. Ese amor les hizo permanecer movidas por la esperanza en un tiempo de dolor, incertidumbre y oscuridad. Y en ese desierto oscuro de la noche del sepulcro ya se iba gestando la novedad de la luz del alba. En el desierto seco y estéril, vivido desde el hambre y la tentación, ya iba naciendo lo nuevo. Pero tuvieron que permanecer, afianzarse en la roca de la esperanza en medio de la noche, el frío y la incertidumbre.

Pepe Ruiz Córdoba

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