Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

Entrar por lo de Jesús

Jn 10, 1-10

DOMINGO IV PASCUA

Ciclo A

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En este domingo, al hablarse de ovejas, rediles, pastores y, además, al proclamarse el salmo del buen pastor, si no leemos con cuidado el evangelio pudiéramos creer que Jesús emplea esta imagen para hablar de él. Pero, en realidad, en esta ocasión se va a definir diciendo que es la «puerta de las ovejas». Y aquel que entre por ella «se salvará» y «encontrará pastos». Muchos creyentes, aún sin pensarlo, acudimos a Jesús para obtener lo que se nos ha prometido. Todos nosotros anhelamos «salvación», necesitamos encontrar respuesta a lo que pudiera ser el peor de los castigos, la muerte. Y la fe nos responde a lo que hay después de esta vida. Pero también anhelamos «buenos pastos»: luz para la oscuridad, seguridad para nuestras incertidumbres, sosiego en nuestras ansiedades. Pero pudiera ocurrir que nuestra experiencia, en algún momento de nuestra vida, pareciera desdecir lo que en principio se nos promete. En primer lugar, porque no pensamos mucho en eso de la muerte, como si todos fueran a morirse menos yo. Y porque, aun teniendo fe, también se mantuviera la oscuridad, la incertidumbre y la ansiedad. ¿Qué pasa? ¿Tengo que pegar en otras puertas? ¿Sería bueno buscar otros rediles? O con los años que llevamos en el de Jesús a dónde vamos a ir, aguantaremos como podamos. Vamos por parte.

En ocasiones hemos podido emplear la expresión: “Yo no entro por lo que tú dices”. Lo contrario sería decirle a la persona que confiamos en ella y aceptamos sus palabras. Desde ahí, «entrar por la puerta de Jesús» significaría confiar y hacerle caso en lo que dice, en lo que hace y en su tarea. Primero, entrar por la puerta de Jesús es dejarnos configurar y empapar por su mensaje que, de forma kerigmática, pudiéramos resumir diciendo con el canto: “Dios es Padre Bueno que te ama; su Espíritu da fuerza y te acompaña; Jesús, Dios y hombre, es el Cristo, el liberador. Resucitó y es Señor de todo lo creado. Bajo sus pies están cielo, tierra y los abismos. Él vive hoy y es la fuerza de su pueblo y , también, es mi Señor». Segundo, confiar y hacerle caso en lo que hace para convertirlo en estilo propio de vida que pudiéramos resumir en tres verbos: amar, servir y perdonar. Amar es ir por la vida haciendo con los demás lo que nos gustaría que hicieran con nosotros. Servir es cambiar la pregunta de qué hacen por mí por la de qué puedo hacer yo por los demás. Perdonar no es olvidar como si nada hubiera pasado, sino tender puentes en medio de los conflictos para que se mantenga viva una oportunidad de cruzarlos hacia la otra parte. Y, en tercer lugar, confiar y hacerle caso a Jesús en su tarea y misión. Esta nos parece algo tan grande que, de entrada, la descartamos como algo propio de personas o vocaciones especiales. Pero imaginaos que nos convertimos en nuestro entorno en lo que el escritor Eduardo Galeano llamaría: «fueguecitos». Un fueguecito que alumbrara, prendiera y diera calor de fraternidad a los que están a su alrededor. O, imaginaos, que en la dinámica contraria al cáncer, fuéramos en el cuerpo de la sociedad «células de vida» por nuestra forma de ser en relación.

Y es curioso, sin darnos cuenta vamos experimentando sin fantasías eso de sentirnos salvados entre buenos pastos. Una experiencia que une a polos contrarios. Es la experiencia del poder convivir la superficie movida del mar azotada por el oleaje con el fondo tranquilo y sereno. Es la experiencia de no pasar hambre y estar bien alimentado y, al mismo tiempo, sentir la sensación del apetito. Así es la experiencia del que entra por la puerta de Jesús: hambres profundas saciadas con paz de fondo envueltas en apetitos incómodos de aguas revueltas.

Pepe Ruiz Córdoba

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