Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

Escuchadlo

Mt 17, 1-9

DOMINGO II CUARESMA

Ciclo A

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HOMILÍA DOMINGO II CUARESMA-A (5 marzo 2023) Mt 17, 1-9

Este domingo la liturgia nos ofrece el evangelio donde se nos narra la Transfiguración. Y muchos siglos después de su redacción volvemos a encontrarnos en la situación de averiguar qué puede decirnos a nosotros que vivimos en un contexto, tan diferente, que nos cuesta entender tanto rostro resplandeciente, tanta aparición, tanta nube y tanta voz venida del cielo. Pero el reto tiene su belleza y lo aceptamos.

Para los primeros discípulos seguir a Jesús era una experiencia en la que se habían embarcado totalmente, dejando barcas, redes y familia. Seducidos por él habían dado un paso radical. Y Jesús los va acompañando poco a poco en la escuela del discipulado. Él conoce sus buenas intenciones, pero también sus fragilidades. Conforme va tomando consciencia de que su misión les va a poner en el trance de entregar la vida, se da cuenta de que sus discípulos no van a soportar la prueba. Necesita prepararlos para la hora decisiva. Esta experiencia de los primeros discípulos era la experiencia de las primeras comunidades. También ellos necesitaban ser fortalecidos ante las dificultades internas y externas del seguimiento. El evangelista hace memoria de la experiencia de cómo el Señor cuidó de sus apóstoles para sostener a su comunidad también necesitada de ayuda.

El relato no pretende ser una crónica histórica. Inspirándose en pasajes del Antiguo Testamento donde Dios se revela envuelto en esplendores, montañas, voces y nubes recuerda a sus destinatarios que, aunque pase por el escándalo de la cruz, Jesús es el Hijo Amado de Dios; que no ha venido a minusvalorar la fe de los antepasados, sino que está en la línea de Moisés, de Elías, llevando a plenitud esa fe; que siempre, más en la dificultad, hemos de escucharlo como faro que guía al barco que amenaza hundirse.

Y nosotros, ¿qué? Cada tiempo presenta dificultades concretas para seguir a Jesús. Y en una misma época hay muchos contextos diferentes. Es muy diferente vivir la fe en Europa que en África, por poner un ejemplo. Pero en todo momento y lugar nuestra fe se resiente ante el mal y el sufrimiento, en sus múltiples formas. Jesús, ahora y siempre, como a sus discípulos y a los primeros cristianos, nos ofrece momentos de «transfiguración» que nos hacen permanecer en la prueba desde la esperanza en que, tras la cruz, viene la gloria de la resurrección. Pero, ¿cuáles son esos momentos? Sólo comienzo una larga lista.

Primero, en los momentos de dificultad podemos caer en el «presentismo», en absolutizar el presente. Sólo existe lo que me ocurre en ese momento, olvidando el pasado y no creyendo en el futuro. Pero en medio del dolor y la dificultad se nos invita a «escuchar» nuestra memoria para recuperar de ella esa experiencia en la que Dios se hizo especialmente presente, ese versículo evangélico que siempre me dio aliento, ese canto que me sostuvo en los desiertos de la vida. En los momentos de cruz hemos de escuchar nuestras raíces de gloria que mantienen al árbol erguido frente al vendaval. Pero, ¿tenemos esa profundidad?

Segundo, en los momentos difíciles podemos caer en el «encerramiento individualista». Podemos estar pasándolo tan mal que nos sintamos víctimas que llenen de reproches a los demás; o que nos sintamos solos rodeados de gente e incapaces de pedir ayuda; o que nos creamos los únicos sufridores del mundo. En estos momentos se nos invita a mirar el rostro iluminado de los otros y recuperar la hermandad como experiencia de

transfiguración. Y hundiéndonos en el mar encrespado de la vida sentir cómo otras manos nos sostienen y nos cuidan; que en los peores momentos descubrimos a los mejores samaritanos; y que en tu dolor te puedes unir a los dolientes del mundo entero. Pero, ¿rompemos nuestra tendencia al encerramiento y al individualismo?

Tercero, cuando en nuestro interior todo está nublado y oscuro, sigue brillando el sol fuera. La mirada hacia dentro de nosotros mismos es fundamental, pero debe ser complementada con la mirada más allá de nuestra nariz. Al tiempo que miramos nuestra calvario interior no podemos dejar de contemplar la gloria de Dios en el sol de la mañana, en el canto del pájaro, en el correr de los niños. Conforme me miro en mi dolor, miro el dolor de otros, que no van a quitar el mío, pero lo van a situar más correctamente en el conjunto de la realidad. Pero, ¿nos empeñamos en poner la tienda en el desaliento?

Pepe Ruiz Córdoba

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