De la misma manera que Andalucía está al sur de España, Judea está al sur de Palestina. Pues allí se dirige Jesús. Y como en todos lados, enseña a la gente, les habla, les ilumina, les transmite una palabra de aliento. Se acercan unos fariseos que le plantean una pregunta trampa. Saben bien qué es lo que piensa, pero se lo preguntan: “¿Puede el marido repudiar a la mujer?”. Él no responde; o mejor dicho, responde con una pregunta: “¿Qué os prescribió Moisés?”. Y resulta que sí, que le permitía al varón repudiar a su mujer.
Aquí, ¿qué está en cuestión? Desde nuestro tiempo pudiéramos pensar si es moral o no el divorciarse. Pero en el evangelio de hoy lo que se debate es otra cosa: el poder del varón sobre la mujer. Y Jesús tiene que seguir enseñando, aunque para responder a una cuestión tan compleja tiene que empezar desde el principio.
Les intenta explicar qué es lo que pretendía Dios desde el comienzo, desde la creación del mundo. Y les dijo que Dios lo hizo todo bueno, pero lo que mejor le salió fue el ser humano. Y que creó al varón y a la mujer en una plano de tal igualdad que serían una sola carne. Pero con el paso del tiempo el proyecto original se fue malogrando. Y el que fue creado para ser compañero de su mujer se convirtió en su tirano. Y esto se arraigó tanto en el corazón del varón que hasta Moisés tuvo que darle cobertura legal para que el hombre pudiera abandonar a su esposa cuando él quisiera.
Y los fariseos sabían cómo pensaba Jesús, no sobre el divorcio, sino sobre la igualdad del varón y la mujer. Porque ese varón que se sentaba a enseñar iba rodeado de mujeres. Ellas pertenecían a su grupo, caminaban con él, y él contaba con ellas como contaba con los discípulos hombres. Es más, se dejaba acompañar por mujeres de mala reputación.
Una cuestión tan antigua sigue siendo de enorme actualidad. Vamos a hacerle entonces la pregunta a Jesús de nuevo: “¿Es lícito que un varón, por el simple hecho de ser varón, esté por encima de una mujer?” Y Jesús nos puede volver a responder con una pregunta: “¿Qué dice vuestra legislación?”. Y nosotros responderle que, cada vez menos, pero que todavía existen ciertos privilegios.
Para no quedarnos en nuestra dureza de corazón, que en ocasiones se concreta en leyes, Jesús nos invita a ir a los orígenes, al proyecto original de Dios: Dios nos creó a varones y mujeres en plano de igualdad. Y para poder discernir cómo actuar en este caso como seguidores de Jesús nos podríamos preguntar: “¿Que visión tendría Jesús sobre la mujer y cómo se relacionaría con ellas hoy?”.
Si Jesús entonces se relacionaba con ellas de forma novedosa y “escandalosa” para algunos, hoy volvería a romper moldes. Y con la normalidad que le daba el estar conectado con el deseo originario de Dios, haría lo que a nosotros nos resulta provocador al separarnos del origen por nuestra dureza de corazón. Y con objeto de poder llegar a cambiar las estructuras y las leyes te hago una pregunta a ti, varón o mujer: “¿De verdad piensas que el hombre y la mujer están hechos de la misma carne? ¿Estás convencido/a de que sólo son los otros los que se sienten más poderosos por el hecho de ser varones?”.
Hay durezas de corazón que sólo pueden desaparecer volviendo a los orígenes, contemplando el proyecto original de Dios, dejándonos cautivar por la belleza del proyecto de Jesús.