HOMILÍA DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR-C (10 abril 2022) Lc 22,14-23,56
Hoy celebramos el Domingo de Ramos. Dependiendo de donde vivamos el mismo día tiene sus toques específicos. Para muchos de nosotros este domingo es el de la Pollinica. Y si nos dejamos fluir todavía gustamos el chocolate que merendábamos cuando nuestros padres nos llevaban a la procesión; en nuestro estómago siguen las vibraciones del tambor; y aún recordamos la calidez de la bola de incienso que elaborábamos mientras sin darnos cuenta olíamos el incienso. Y, si ibas a Misa, la procesión de ramos y palmas y la lectura de un evangelio que parecía un teatro y donde se contaba cómo murió Jesús. Muchos años después volvemos a estar en el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Pero, ¿qué hacer para que este día no se quede solo en la vivencia de tradiciones que recordaremos con nostalgia en el futuro? O, ¿tiene algo que ver la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, o su Pasión y Muerte, con la pandemia, la guerra, la inflación y las cosas sencillas de la vida?
Jesús está a punto de completar su carrera, conducido por el Espíritu ha buscado con absoluta libertad y fidelidad el querer de su Padre Dios. Ha puesto al servicio de la misión del Reino todo lo que era y poseía. Ahora, las circunstancias, que son más profundas que sus propias apariencias, le exigen un paso de radicalidad, de llevar el amor al extremo. Se dirige a Jerusalén con decisión y humildad. Se adentra en la ciudad con la libertad del que elige, con la humildad del que está en buenas manos, con la consciencia de que los gritos de la masa son fácilmente cambiables y abandonándose a la muerte, como el que se arroja a la oscuridad, con la confianza de que es el cumplimiento de una antigua promesa.
Como lo que celebramos hoy no puede estar al margen de la vida, por ejemplo, debe seguir existiendo Jerusalén. “Claro, yo he estado en ella”, podría pensar alguno. Pero me refiero a aquella ciudad que representa algo que todos podemos vivir sin haber ido de peregrinación. Jerusalén es la vida en lo que puede tener de cruz y revelación al mismo tiempo. Son las situaciones personales, familiares, sociales e internacionales que, al tiempo que generan dolor, son espacios de profundo encuentro con nosotros, con los demás y con el Dios que se hace presente de forma paradójica.
Puede que nos suene, “Domingo de Ramos, quien no estrene algo que se le caigan las manos”. Aunque nos gustara, no está en nuestras manos el estrenar situaciones y circunstancias; pero sí la forma de afrontarlas. ¿Cómo hacerlo a la luz de la Pollinica? Lo primero, como Jesús, entrar en la vida con la libertad del que elige vivir lo que le imponen las circunstancias. Es mirar a lo que toca para decirle “sí”, por más que duela. Es ser algo más que víctimas en la vida para considerar ser resilientes. Lo segundo, entrar en la vida a lomos de un pollino, sin la arrogancia de la autosuficiencia, sino con la humildad del que se siente necesitado en su autonomía del Otro y de los otros. Lo tercero, construirse más desde las voces internas que desde los halagos externos. Es caminar más pendientes de lo que dice tu corazón que de los “hosannas” de fuera fácilmente cambiables por “crucifícales”. Y, por último, después de haber hecho todo lo posible, mirar de frente al dolor con una pasiva actividad confiada, con la fe oscura de que, tras lo que nos parece un fantasma, Alguien nos dice: “Soy yo, no temáis”.
Pepe Ruiz Córdoba