Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

¿Me amas?

Jn 21, 1-19

III DOMINGO PASCUA

Ciclo C

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¿Me amas?

Después de la muerte de Jesús tienen que recuperar todo lo que habían dejado: la barca y las redes. Ya no quedaba otra que despertar del sueño y volver al mar, a lo de siempre. Regresaban como pueden hacerlo los que están de duelo, los que han perdido al amigo, los que se sienten culpables por no haber estado a la altura de las circunstancias. Sea como fuere, había que poner los pies en el suelo para ir a la mar.

Se volvían a repetir las escenas de antaño: el ir mar adentro, el echar las redes en la noche, el no siempre poder pescar. Y en medio de todo ello que les resultaba tan familiar una voz y unas palabras que, sin reconocerlas, les sonaban como para moverles el corazón: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. Con el corazón contenido, en el nombre de ese hombre intuido, las echaron. Y al sacarlas ya no tenían dudas, sabían bien que era el Señor.

De nuevo una escena familiar: una comida. En torno a las brasas cada cual tenía sus sentimientos. Sabían bien lo que habían hecho, pero la necesidad de verle iba más allá que su culpabilidad. Pero en el Resucitado no hay reproche alguno. Vuelve a salirles al encuentro. No les duele el abandono de casi todos ellos, sino el cómo se encuentra cada uno. Los ve rotos y hundidos; los descubre como personas que necesitan ser recompuestas y reconstruidas: “Vamos, almorzad”.

Después de comer habla con Pedro. Según lo que le pregunta nos imaginamos que lo mira con ternura: “¿Me amas?”. Se lo pregunta tres veces no para echarle en cara su triple negación, sino para que rehaciendo el camino pueda sanar la herida. La compasión del Resucitado le hace centrarse en ese hombre que necesita ser perdonado, consolado y levantado de su postración.

En ese diálogo Pedro, mirado con ternura por el Resucitado, va siendo recreado. Ya no es el joven insensato que, sin saber quién era, se lanzaba inconsciente a andar por el agua o a decir que daría la vida por Jesús. Ya conoce su verdad, ya ha experimentado su fragilidad, se ha visto amado en ella y, con toda humildad, sólo puede decir: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.

Y en un gesto de confianza Jesús pone en manos de ese hombre roto y recompuesto lo que más quería, a su gente: “Apacienta mis ovejas”. Ahora sí puede Pedro seguir a Jesús: “Sígueme”. Seguirá siendo Pedro con sus cosas; pero desde su fragilidad ya no vivirá desde él, sino desde aquel que lo amó y que le dio su vida, y que lo rehizo desde sus propias cenizas.

Es el mismo Resucitado el que hoy te anima a sentarte a su mesa. Sabe quién eres y lo que has hecho. Pero no le importa, sólo le importas tú. Y te pregunta: “¿Me amas?”. Sus preguntas son balsámicas y medicinales; te invitan a sentirte amado, a mirar tu realidad con los ojos de misericordia de Jesús. Y conforme te sientes amado, curado, dignificado y levantado te pide: “Apacienta”. Apacentar es repetir con los otros lo que el Resucitado ha hecho contigo. Es decir, no mires lo que te han hecho, sino a la persona; sal a su encuentro; tiéndele tu amistad y tu perdón; deja que éste le vaya sanando y le vaya sacando de su postración. Necesitamos una Iglesia que, desde el Resucitado, apaciente, cuide, proteja, sane, recomponga, acompañe…

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