HOMILÍA DOMINGO VII T.O-A (19 febrero 2023) Mt 5, 38-48
Afortunadamente, el ser humano tiene una capacidad impresionante para adaptarse. Puedes vivir cerca de un aeropuerto que, en la mayoría de los casos, quizás porque no haya más remedio, llegas a integrar el ruido de los aviones despegando o aterrizando. Esta capacidad adaptativa tiene muchas ventajas; pero existen situaciones similares en las que recibes el mejor de los mensajes como si oyeras llover o despegar una aeronave. El evangelio de hoy nos va a transmitir un mensaje tremendamente interpelante, pero es real el riesgo de escucharlo sin que nos remueva mucho: “Bueno, diremos, el evangelio que suele tocar por estas fechas. Ya pasará y vendrá otro”. Para romper esta inercia imagínate que eres un hombre o una mujer judía que estás escuchando a Jesús. Te encuentras allí mismo y no sales del asombro al escuchar al antiguo carpintero decir que no hagamos frente al que nos agravia; o que hay que amar a los enemigos. Pero en vez de ponernos nerviosos vamos a intentar profundizar un poco estas palabras «desestabilizadoras».
Todos nos hemos sentido alguna vez agraviados. Existen tres tipos de agravios: el primero es el agravio objetivo, ese que se puede cuantificar; el golpe que te da alguien sin motivo alguno. El segundo es el agravio subjetivo que, sobre todo, tiene su origen en nuestra susceptibilidad. Pudiéramos ser tan susceptible que nos agravia el viento que nos roza. Lo normal, y es e tercero, es el agravio mixto: hay motivos objetivos para sentirnos agraviados pero cada uno lo vive de una manera diferente por motivos profundos.
El evangelio nos dice que no hagamos frente al que nos agravia. Pero, para ello, es necesario que hagamos frente a lo que nos provoca la agresión. En primer lugar, trabajar todos esos sentimientos que brotan: tomar consciencia de ellos, compartirlos para restarles fuerza, contenerlos, darle tiempo al tiempo. En segundo lugar, defender nuestra dignidad de forma asertiva. Y, por último, y gracias a lo anterior, hacer algo más que dejarnos llevar por los sentimientos que, normalmente, es lo que solemos hacer.
Pero si queremos hacer algo más tenemos que tener puntos de referencia para actuar de forma creativa. ¿En quién nos fijamos? ¿Dónde vamos a poner los ojos? Pues en Jesús, que para eso somos sus seguidores. Él nos hace la propuesta de ir por la vida cultivando un amor gratuito. Nos lo quiere explicar con ejemplos. Y utiliza dos muy sencillos. Nos dice que a la hora de amar hemos de ser como la lluvia y el sol, que mojan e iluminan sin preguntar antes lo bueno o malo que se haya hecho. Por otro lado, Jesús pronuncia un «no» profundo a la agresión, y un «sí» de idéntica profundidad de intentar mirar con hondura al agresor. ¿Recordáis cuando dijo «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»? Y es que tras un verdugo, en muchas ocasiones, podemos encontrarnos una víctima. Por último, Jesús le hizo frente al que le agraviaba sin agraviarlo. Así cuando el guardia le dio la bofetada Jesús le dijo: «Si he hablado mal, demuéstrame en qué; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?».
Ahora apenas se habla de algo que tiene una fuerza tremendamente activa. Se llama «No Violencia». Todo esto nos puede sonar tan extraño como lo fue el Sermón del Monte para los que escucharon a Jesús. Pero, ¿eso de la «No Violencia» ha dado resultado alguna vez? Yo apunto dos ocasiones: la primera, Jesús no hizo frente al que le agraviaba y seguimos aquí dos mil años después. El segundo, todo un imperio británico tuvo que dejar la India por la no violencia de un hombrecillo delgado llamado Gandhi.
La «No Violencia» considera que la dignidad de la persona es universal e ilimitada. Hasta el agresor tiene dignidad. Por ello, a pesar de su agresión, no es lícito responder de cualquier manera en su contra. Pero la «No Violencia» no es para pusilánimes, porque nos exige y nos obliga a defender con determinación y valentía nuestros derechos. Pero, como decía Gandhi, dado que en las guerras siempre hay muertos, ¿se encontrarán personas que estén dispuestas a dar la vida por la «No Violencia»?
Esta, como todas las grandes opciones, no se improvisan. Tú no dices que mañana vas a escalar el Everest. Necesitas mucho tiempo de preparación solo para intentar poder subir. Tampoco ninguna nación consigue un ejército en dos días. Necesita dedicar durante años un buen porcentaje de su presupuesto para poder formar un buen contingente de defensa o de ataque. De la misma manera, la «No Violencia» requiere que generaciones enteras sea educadas para la paz. Y siendo mucho más barato, ¿por qué no invertimos en ello?
Pepe Ruiz Córdoba