Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

No os dejaré huérfanos

Jn 14, 15-21

VI DOMINGO PASCUA

Ciclo A

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No os dejaré huérfanos

Muchos hemos vivido la experiencia de esa madre o padre que se muere teniendo hijos con necesidades. ¡Qué desolación! ¡Qué angustia al pensar que los iban a dejar huérfanos! ¿Quién iba a cuidar de ellos cuando ya no estuvieran? Y del otro lado, la pregunta en primera persona: “¿Quién me defenderá a mí ahora que se va?”.

Ésa es la experiencia de Jesús y los apóstoles. Él se marcha y los ve tristes y abatidos; pero con fuerza les hace una promesa. Les dice que le pedirá al Padre que el Espíritu de la verdad esté siempre con ellos; que habite en ellos. Ese Espíritu no les dejará sentirse huérfanos, porque será su presencia viva en ellos. La separación que van a vivir será motivo de comunión íntima: Jesús en el Padre, ellos en Jesús y él en todos ellos.

Ante un mundo de soledades radicales, Jesús nos dice que “no estamos huérfanos”. La orfandad es el sentimiento de los que han perdido a aquellos que le sostenían; de que ya no están los que, al menos, han intentado amarles con generosidad y gratuidad. Es probable que vivamos en un mundo de huérfanos, de soledades radicales, de solos perpetuamente acompañados. Y en medio de tanta “soledad poblada de aullidos” Jesús nos dice que “no estamos huérfanos”, seguimos siendo hijos amados, amigos sostenidos, compañeros bien considerados.

Y esa presencia que sostiene está en nosotros. En lo más profundo llevamos una fuente que emana presencia, compañía, vinculo seguro. Somos casa habitada, templo del Espíritu, fragilidad que alberga a Dios, vasija de barro que contiene un tesoro. Lo que tanto buscamos fuera, de forma compulsiva e insana, está dentro, más íntimo a nosotros que nosotros mismos.

Somos templos del Espíritu de Verdad. Él deja al descubierto todo lo que es y nos posibilita llegar a ser en plenitud. Él hace visible aquello de nosotros de lo que no somos conscientes. El Espíritu nos muestra los patrones con los que nos relacionamos y vivimos. Ese Espíritu hace transparente los mecanismos que rigen este mundo, los que provocan luz y aquellos que propician la tiniebla y la muerte. El Espíritu es el que nos hace creer y caminar continuamente más hacia ese Dios que siempre es nuevo y desconocido.

El Espíritu es lo que convierte, lo que sería ausencia, en una mayor ocasión de comunión y presencia. El Espíritu es la presencia viva del Resucitado en lo más íntimo de nosotros; el Espíritu nos introduce en el seno de la comunidad de Dios; el Espíritu es lo que de más común tenemos todos los seres humanos. En el Espíritu todos somos comunidad.

El Espíritu es el que hace posible que este mundo fragmentado y deshumanizado camine, a pesar de todo, hacia la utopía del Reino. Porque el Espíritu es el que levantará de la muerte a todos los que antaño murieron por la injusticia. El Espíritu hace del presente un tiempo para vivir disfrutando de la vida y una oportunidad para luchar por todo lo que entorpezca su crecimiento. El Espíritu suscita en el hoy seguidores de Jesús que, como él, vivan una compasión creativa, indignada, comprometida, creadora y subversiva.

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