Dicen que la Cuaresma es tiempo de conversión; días en los que, ayudados por el Espíritu, se nos invita al cambio. Pero, claro, no es cambiar por cambiar, ni hacerlo de cualquier manera. Nuestro cambio debe ir en una dirección que nos haga más plenos, más humanos. Por eso nosotros ponemos los ojos en Jesús, queremos ser como él. Mientras más le contemplemos, cuanto más nos juntemos con Jesús, más nos pareceremos a él. Hoy lo vamos a acompañar en los momentos de dificultad, en esas circunstancias de la vida en la que somos tentados, en esas ocasiones donde tenemos que elegir cómo queremos vivir y desde qué valores hacerlo.
Dice el evangelio que el Espíritu llevó a Jesús al desierto donde terminó sintiendo hambre. Son esos momentos en los que las necesidades, los miedos y los deseos se hacen más intensos. Ante la necesidad, él era el Hijo de Dios, ¿por qué no utilizar su poder en beneficio propio? Ante el miedo a fracasar en la misión, ¿por qué no pedir una señal clara de que Dios estaba con él?Ante el deseo de triunfar, ¿por qué no postrarse y claudicar ante todo aquello que garantizara el éxito? Era el momento de elegir, de optar. Era la hora de la prueba, de la tentación. Ante la necesidad, el miedo y el deseo, ¿qué hacer? Su necesidad es acuciante, pero no la quiere poner por delante de Dios, porque no sólo de pan se vive. La vida tiene más sentido desde la Palabra que desde la satisfacción de las necesidades. Ante el miedo que le provoca la tarea encomendada, no se echa atrás o pide una señal, sino que camina sobre el agua de la confianza, desde la certeza de que Dios está con él. Ante el deseo de triunfo y de poder, no claudica de sus convicciones, no suplanta la voluntad de Dios por un sólo minuto de gloria, sino que la pone por delante de todo.
Muchos piensan que viven la vida, pero es la vida la que los vive. Se plantean tan pocas cosas que ni tienen tentaciones. Nunca eligen, sino que se dejan elegir por infinidad de cuestiones de las que son inconscientes. Pero cuando decidimos coger las ruedas de nuestra existencia descubrimos que ser libres conlleva un esfuerzo por vivir desde los valores que queremos. Es como si continuamente fuéramos tentados, es decir, se nos situara en una encrucijada. Ante nosotros tenemos muchos caminos, ¿cuál de ellos queremos tomar?
Ante las necesidades podemos elegir “vivir solo de pan” o “necesitar de otras cosas que no son pan”. Podemos vivir sólo para satisfacer las necesidades más materiales o buscar también lo que nutre la profundidad de nuestro ser humano. Ante los miedos de la vida podemos arrugarnos y pensar que somos unos seres solitarios y olvidados en la existencia; o ensayar la confianza y la fe en un Dios que nos acompaña en la oscuridad de lo cotidiano de la vida. Ante el deseo del éxito podemos arrodillarnos ante todo aquello que nos lo proporcione, o preferir ser íntegros y leales a otros valores más auténticos y menos vistosos.
El evangelio dice que fue el Espíritu quien llevó a Jesús al desierto. Es decir, las tentaciones fueron una experiencia espiritual, arriesgada pero necesaria. Sin ellas no hubiera podido elegir cómo ser Hijo de Dios. Por ello, vivir la tentación es una buena señal del Espíritu. Es el espacio necesario donde, bajo el riesgo de romperse, el ser humano crece. Y cuando vivas en la placidez de nunca haber estado como Jesús en el desierto siendo tentado, no digas: “¡Buena suerte!”; sino, más bien, pregúntate: “¿Estaré muerto?”.