Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

Oración y fe

Lc 18, 1-8

DOMINGO XXIX T.O.

Ciclo C

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Si nos diera por pensar en lo más cotidiano, entre infinidad de cuestiones, descubriríamos que todo lo que digamos o escribanos tiene un contenido, una situación en la que lo decimos o escribimos y una intención o porqué. Y si esto es así, el evangelio de este domingo tendría que tener, de igual manera, texto, contexto y pretexto. El texto tiene su humor: esa viuda pertinaz que consigue que el juez indiferente le haga justicia. Pues si así actúa ese personajillo, cómo no responderá Dios a todos aquellos que lo invocan día y noche. «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». El contexto en el que lo escribe el evangelista, entre otras tantas, tiene dos notas muy importantes. La primera: escribe a cristianos que vienen del paganismo poco iniciados en la oración. Hay que enseñarlos a orar. La segunda: el emperador Domiciano se emplea a fondo con los cristianos castigando a todos los que no renuncian a esta fe. ¿Y la intención o pretexto? El animar a la comunidad cristiana a que, en medio de la persecución, oren constantemente sin desfallecer ante la dificultad.

Por lo tanto, el evangelio de hoy parece que habla de eso de la «oración». Pero, ¿qué es orar? San Ignacio de Loyola pedía «conocimiento interno» de Jesús para conocerlo «internamente, como un amigo a otro amigo». Orar es conversar con el que nos Trasciende unidos desde el vínculo de la amistad. Santa Teresa de Jesús tenía esta definición muy conocida sobre la oración: «No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8,5). La oración alimenta la fe. Y, al mismo tiempo, la oración es la fe puesta en práctica. Por eso orar, como dicen algunos autores, no es una obligación, sino una necesidad. Y no orar no es un pecado, sino un castigo, una auténtica desgracia.

En tiempos del evangelista Lucas una de las dificultades para perseverar en la oración era la presión ejercida por el emperador Domiciano. Y en nuestros tiempos podemos encontrarnos otros «domicianos», otras dificultades que nos impiden orar con constancia. Vamos a señalar alguna de ellas. La primera es orar cuando todavía «no se ha hecho hoyo». La primera dificultad es la de los comienzos. Es como el que se apunta al gimnasio, y pasadas la ilusión de las dos primeras veces, se aburre y ya no va más. Hasta que no se hace «hoyo» la oración está poco consolidada. La segunda dificultad es orar cuando parece que Dios te defrauda; cuando no te concedió lo que le pediste, cuando parece que no se ajusta a la imagen que tienes de él. No es fácil mantenerse en la oración a ese Dios que yo pensaba conocer. El tercer «domiciano» sería el ritmo de vida trepidante que llevamos: bien por el exceso de actividad, o bien por el excesivo entretenimiento. ¿Cómo hacer hueco para orar en medio de tantas tareas que nos inquietan y nos ponen nervioso? Santa Teresa le decía a una de sus monjas que se quejaba de lo mismo que hasta en los «pucheros» anda Dios. La cuarta dificultad, y siguiendo con la santa, sería al ver cómo el cubo sale una y otra vez vacío cuando lo echamos al pozo; cuando la oración no nos dice nada, cuando no sacamos ni siquiera un buena idea o un sensación agradable. Pero hemos de tener en cuenta que la calidad de la oración no es directamente proporcional al sentimiento que tengamos en ella. Y el último «domiciano» o dificultad cuando, en expresión de San Ignacio, «la divinidad se esconde»; cuando pareciera que Dios calla cuando más nos gustaría que hablara; cuando nada parece tener sentido; cuando la noche ha llegado hasta el último rincón del corazón. Recordemos lo que San Juan de la Cruz decía: «Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche. Aquella eterna fonte está escondida, que bien sé yo do tiene su manida, aunque es de noche.»

Pepe Ruiz Córdoba

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