Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

Pero, ¿quién es este?

Mc 4, 35-40

DOMINGO XII T.O

Ciclo B

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HOMILÍA DOMINGO XII T.O-B

Hoy el evangelio nos habla de una barca y de un huracán que la amenaza seriamente; de uno que duerme mientras que otros, llenos de miedo, no pueden creer que se tenga tanta tranquilidad en tales momentos; de cómo este calma las aguas y les cuestiona sobre la fe; y de cómo los otros se preguntan si conocen realmente a aquel hombre. Sin duda, es un relato hermoso. Pero, ¿qué puede decirnos a nosotros?

Todos tenemos una barca; es posible que incluso seamos propietarios de una pequeña flota. La barca representa todas esas realidades en la vida que nos resultan significativas, todas aquellas que significan lo suficiente como para temer perderlas. Barca es la vida, la salud, los ahorros, la familia, la pareja, el trabajo, la comunidad, la Iglesia, el compromiso apostólico… En definitiva, barca es todo aquello que me importa, puesto que lo que me da igual no me apena ni temo perderlo.

Y ya sabemos cómo es el mar, en ocasiones nos ofrece marejada y en otras marejadilla, tan pronto es una balsa de aceite como que se convierte en una superficie embravecida donde rompen violentamente las olas. Quizás estéis viviendo situaciones que amenacen esa barca que tanto necesitáis. Es probable que esa ola violenta sea la enfermedad que haga zozobrar la salud, la angustia que perturbe la paz interior, el ERTE que golpee la estabilidad económica, el divorcio que impacte en la línea de flotación de la seguridad afectiva, la indiferencia que haga imposible el trabajo apostólico… Y así podríamos seguir y seguir. ¿Cuál es la ola que hoy por hoy hace zozobrar tu barca?

Y como creyentes decimos que con nosotros siempre viene Jesús. Y eso no lo ponemos nunca en entredicho. Pero lo que no entendemos es la actitud que adopta en ocasiones. Cuando peor nos va es como si no estuviera; como si le diera igual lo que nos ocurre porque parece que ni dice nada, ni hace nada. Está como dormido y desentendido de esa situación que tanto miedo nos provoca. Y con el tiempo surge la queja, el reproche, la pregunta inquisitiva: “¿No te importa que nos hundamos?”. Es como si temiéramos que Dios nos dejara solos e indefensos ante las garras de la vida.

Como al final del túnel siempre hay luz; como no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo aguante; cuando la tempestad se ha calmado Jesús puede preguntarnos: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”. Y nosotros respondernos con preguntas: «Pero, ¿quién es éste?”. Porque lo que realmente nos hace crecer son las preguntas que nacen de los desconciertos: ¿Dios nos acompaña en la vida? ¿Realmente está en lo que nos ocurre? ¿Cómo puede permitir lo que me ha pasado? ¿De qué manera actúa? Preguntas, preguntas y más preguntas. Y ante ellas nos cabe mantenerlas y, humildemente, ensayar borradores de respuestas.

Jesús no podía tener nada contra algo que él mismo experimentó: el miedo. Cuando le tocó otras tempestades bien que lo padeció. Pero a eso no lo llamó ni cobardía, ni falta de fe. Por tanto, la cuestión no estaba en el miedo, sino en cómo vivir esas situaciones que lo aterraban. Él experimentó que su Padre estaba en ellas como él, que estando en popa, estaba dormido. En los momentos de zarandeo existencial pudo experimentar el silencio de Dios y su aparente ausencia, pero su reacción fue de una profunda novedad: ante ese Dios que parecía dormido ante el drama que vivía respondió con confianza y abandono. Una confianza y abandono que nacían de la convicción del poder de lasentrañas misericordiosas de Dios. Un poder que no se amoldaba a los deseos del ser humano, sino que siempre actuaba a través de lo que ocurriría. Su confianza le hacía abandonarse, cuando no cabía más que hacer, al poder destructor de la ola sabiendo que incluso del mal más profundo ya está brotando una promesa de bien.

En el evangelio de hoy aparecen cuatro preguntas: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”, “¿Por qué sois tan cobardes?”, “¿Aún no tenéis fe?”, «Pero, ¿quién es éste?”. Quizás, más que responderlas, sería interesante que nos hiciéramos otra: “Después de este evangelio, ¿qué te preguntas?

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