HOMILÍA DOMINGO V T.O-A (5 febrero 2023) Mt 5, 13-16
Actualmente algunos hablan con el claro objetivo de ganar personas para su causa. Hacen promesas cautivadoras que, de antemano, saben que no podrán cumplir. En esta estrategia la «mentira» se ha normalizado. «No pasa nada, todo el mundo lo hace», dicen o piensan. La antítesis de esta actitud es la de Jesús que, dispuesto a entregar su vida por anunciar el Evangelio, enfrenta a cada persona con la verdad, ni edulcora, ni acomoda, ni falsea la realidad; sino que tomándose en serio a su auditorio pone en diálogo el mensaje del Reino con la libertad de cada uno/a.
La esencia de este mensaje la encontramos en lo que conocemos por el Sermón del Monte. Tal como está no lo pronunció Jesús, sino que es una ordenación elaborada del evangelista de dichos de Jesús. Mateo pone como introducción de este sermón el maravilloso texto de las Bienaventuranzas, donde Jesús describe situaciones y actitudes que generan receptividad a la hora de acoger el mensaje. Se da cuenta que aquellos que lloran están más dispuestos a escucharlo, por ello son bienaventurados. Y, por ejemplo, aquellos que trabajan por la paz tienen valores muy cercanos a los del Reino. A continuación, a aquellos que han aceptado el mensaje de Jesús, les dice algo muy hermoso, que son «sal» y «luz». La sal ahora la compramos barata, pero antes era un bien preciado. En muchos de nuestros lugares hay tanta luz que existe «contaminación lumínica», pero donde viven sin electricidad cualquier humilde lámpara es una luz deslumbrante. Ellos, aun siendo frágiles y vulnerables, pueden dar sabor y luz a la gente que les rodea compartiendo lo que han recibido de Jesús.
Pero no pueden bajar la guardia. La sal puede desvirtuarse y dejar de serlo. Y la luz puede ocultarse y, estando encendida, es como si no alumbrara. ¿Se puede llegar a esta situación? Lamentablemente, sí. En ocasiones no es que dejemos de ser sal, sino que nunca hemos llegado a serlo. Que sea blanco y esté en el frasco de la sal no significa que lo sea. Hay personas que están en el frasco de lo religioso; pueden ser sacerdotes, religiosos, laicos comprometidos pero los valores con los que viven estar muy al margen del evangelio. ¿Por qué llegamos a esta situación? Apunto algunas cuestiones. En ocasiones hemos dejado de mirar a Jesús y este ha dejado de tener la fuerza de organizar la vida. Pudiera ocurrir como en la vida matrimonial. En ocasiones se ejerce más de padre y madre que de esposa y esposa. Las mil actividades hacen que la pareja se dedique al cuidado y se dejen de cuidar. Y, pasado el tiempo, habiéndose dejado de fijar el uno en el otro, pudieran aparecer otras estrellas que brillen con más luz. En otras ocasiones, podemos dejar de ser sal porque nos ponemos en situaciones que, en el fondo, es optar por «no Jesús». O también podemos sucumbir al cansancio de creer que nada cambia, que eso por lo que he luchado tanto por cambiar sigue ahí a pesar de todos los esfuerzos. O el aparente silencio de Dios nos escandaliza. Nos preguntamos, ¿cómo no puede decir nada en los momentos que más lo necesitamos?
En cuanto a dejar de ser luz nos puede pasar lo mismo que a la sal: nunca hemos llegado a ser luz. Pero pudiéramos esconderla cuando nos escondemos por omisión. En la confesión podemos decir que ni hemos robado ni matado, y es estupendo. Pero todo no es robar ni matar, ¿cuántas cosas podríamos haber realizado que no hemos hecho? ¿Cuántos talentos hemos enterrado en la vida por miedo a no hacerlo bien, o a fracasar, o a frustrar expectativas? Pero siendo todo lo anterior cierto, ¿no es maravilloso que Jesús pueda hacernos sal y luz en nuestra vulnerabilidad y fragilidad?
Pepe Ruiz Córdoba