HOMILÍA DOMINGO VII T.O-C (20 febrero 2022) Lc 6, 27-38
En tiempos de sequía la expresión: “Como si oyeras llover” pierde su fuerza, porque ahora ese añorado sonido captaría toda nuestra atención. Pero, normalmente, la empleamos para decir que no echemos cuenta a lo que se dice. Si en medio de una eucaristía se dijera, “los extraterrestres atacan la tierra” o “Churchill ha resucitado” causaría más impacto que si se proclamara en el evangelio: “Amad a vuestros enemigos”. Lo de los extraterrestres, al menos, causaría risa. Pero lo del amor al enemigo normalmente se oye como la lluvia en tiempos de pantanos a rebosar. ¿Qué nos ha pasado? ¿Cómo hemos podido llegar a ser tan indiferentes a un mensaje tan hermoso y subversivo? ¿Es que nos compromete mucho? ¿Será que lo vemos tan inasequible que nos defendemos ignorando el reto?
Una lectura atenta al evangelio nos permite observar cómo la absoluta bondad de Jesús no era meliflua. El que se entregó por todos nosotros y pidió perdón por aquellos que lo crucificaban, porque no sabían lo que hacían, no dudó en denunciar duramente a los poderosos religiosos o políticos de su tiempo, ni de pedir explicaciones al que lo abofeteó cuando era juzgado en casa de Anás. Jesús tiene una experiencia singular de la medida generosa, colmada, remecida y rebosante de Dios; él, mejor que nadie, sabe de la infinita compasión de Dios cuyo amor es absolutamente gratuito. Su experiencia de Dios le hacía sentirse Hijo Amado de un Padre compasivo y misericordioso que amaba con la gratuidad de la lluvia o del sol, que moja o calienta al bueno y al malo. Y desde esa experiencia se consagró al trabajo por un Reino construido desde el amor gratuito y compasivo, donde las lógicas se subvierten, donde se puede optar por amar al que te odia, bendecir al que te maldice o prestar al que sabes que no te va a devolver.
Pero, en estos tiempos en los que vivimos donde no conocemos ni al vecino de la puerta de al lado, criticamos despiadadamente y sin fundamento en las redes sociales, se dan abusos de los más inocentes, la mayor parte del planeta pasa hambre o amenazamos con una guerra por razones geopolíticas, ¿es posible este mensaje del evangelio? ¿O no serán palabras tan utópicas y cándidas que lo mejor que hacemos es acogerlas como si escucháramos llover? Ante estas preguntas tres observaciones.
La primera: contempla la belleza del mensaje. En unos contextos donde los mensajes dominantes nos invitan a la indiferencia, en el mejor de los casos, cuando no a la agresión, hoy se escuchará en nuestras asambleas: “Amad a vuestro enemigos”. ¿No es bello en sí mismo el mensaje? ¿No tiene esta belleza una fuerza en sí misma transformante?
La segunda: es un mensaje de luces largas. Nos muestran un camino con un horizonte tan grande que siempre nos hará eternos caminantes. En este sentido siempre será, como decía el cantautor: “el tiempo de los intentos”. La grandeza del mensaje nos “condena” a ser eternos discípulos del Dios compasivo.
La tercera: este mensaje esta vedado al que va por la vida como el que oye llover. Se necesita capacidad para escuchar cómo te afectan los acontecimientos; disposición para ser conscientes de todos los sentimientos que en tu interior se dan cita; posibilidad de acogerlos, calmarlos e integrarlos; sabiduría para, desde el corazón, entablar desde ellos un diálogo con la Palabra; y luz y fuerza para tomar una decisión, no movida por los sentimientos, sino pensada, elegida y querida desde la fe convertida en vida.