Imagínate, por un momento, a un matrimonio que quiere tomar una decisión importante. No se trata de algo accidental, sino de una realidad que, de aceptarla, les va a condicionar la vida. Están decidiendo tener un hijo. ¿Qué sería lo normal? Pues lo lógico sería huir de las prisas; ser conscientes de las motivaciones y de las circunstancias en las que viven; sopesar y contrastar con otros su reflexión. Y después de un largo proceso tomar una decisión lo más pensada, lo más consciente, lo más libre y lo más responsable que se pueda.
Una decisión tomada con toda la lucidez y responsabilidad posibles es lo que da sentido a todo lo que pudiera venir después. Porque, por ese niño o niña querido, deseado y elegido se deja lo que haya que dejar, y se subordina lo que hubiera que subordinar. Es más, y podemos seguir imaginando, si llegado el momento de la enfermedad hubiera que situarse, se dejaría trabajo, aficiones y gustos, horas de sueño o tiempo para comer y para cuidar al que se decidió entregar la vida llamándolo a la existencia.
Esto sería muy normal, ¿verdad? Pienso que todos firmaríamos este planteamiento, que es el que hemos seguido o el que, visto con perspectiva, nos hubiera gustado hacer. Pero, si lo aplicamos al seguimiento de Jesús, ¿seguiría siendo tan normal y lógico?
Imagínate ahora a alguien que quiere seguir a Jesús, bien porque lo ha conocido o porque lo educaron religiosamente desde pequeño. Lo normal sería que se sentara a “calcular”, a “deliberar”, a pensar, a discernir… Porque para tomar una decisión seria en la vida hay que pararse, detenerse. Con esa actitud dejaría pasar el tiempo; y hablaría con Jesús; lo iría conociendo como un amigo conoce a otro amigo; se iría enterando de la profundidad de su mensaje; iría descubriendo el proyecto que tiene para este mundo; sería cada día más consciente de cómo su persona, su mensaje y su proyecto afectarían a su vida concreta. Y, desde ahí, poco a poco, mediante un largo proceso de profundización y personalización, tomaría la decisión de seguirle o no.
Con una decisión tomada de esta manera se haría posible y tendría sentido una vida siguiendo a Jesús. Pues del corazón saldría como algo normal el posponer y renunciar a muchas cosas, algunas porque serían “malas”; y otras, siendo buenas, porque no pegan a un seguidor de Jesús. Y se haría con toda la normalidad con la que un padre y una madre, siendo bueno determinado hobby, lo pongan en segundo lugar por el cuidado de sus hijos.
Y al igual que esa madre o padre le gustaría tener la enfermedad que hace sufrir a su hijo enfermo, el seguidor de Jesús entendería que es normal cargar con la cruz que a su amigo le hizo sufrir. Y, aunque con dolor, por convicción y decisión deliberada cargaría con la cruz del deber bien hecho, de la verdad buscada y defendida, de la defensa de los más pobres, de la lucha por la justicia, de la sensibilidad por el planeta que nos acoge.
Dice que Jesús se volvió a todos los que lo acompañaban para que se sentaran a “calcular” y “deliberar”. ¡Qué bien nos vendría a nosotros, verdad!