Parroquia

La Santísima Trinidad (Málaga)

Homilía del Domingo

Y se postró ante él

Jn 9, 1-38

DOMINGO IV CUARESMA

Ciclo A

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HOMILÍA DOMINGO IV CUARESMA-A (19 marzo 2023) Jn 9, 1-38

Hace mucho, mucho tiempo, se «inventó» un tiempo llamado Cuaresma en el que, los que iban a recibir los Sacramentos de la Iniciación Cristiana, recibían sus últimas catequesis. En ellas se les decía que Jesús, el Señor, era el «agua» que apagaba la sed más profunda; la «luz» que disipaba nuestra oscuridad; la «vida» que vencía nuestras muertes. Y se les leía con este motivo tres evangelios hermosísimos: el de la samaritana, el del ciego de nacimiento y el de la resurrección de Lázaro. Las tres historias tienen un final «súper feliz». La mujer hasta deja el cántaro de saciada que se encuentra; el ciego ve tanto que hasta reconoce a Jesús como el Mesías; y Lázaro sigue viviendo, hasta próximo aviso, con salud. Y nosotros, conforme vamos leyendo estos episodios, nos podemos sentir un poco envidiosos de no tener tanta suerte, pues seguimos siendo hombres y mujeres deseantes, siempre seremos de visión reducida y en vez de resucitar cada vez tenemos más achaques. Jesús es «Promesa de Agua, Luz y Vida». Confiados en su palabra, de que será en plenitud, podemos experimentar que en nuestra sed más tortuosa él ya nos refresca y alivia; en nuestra ceguera más absoluta, él ya nos hace atisbar la luz; en nuestra muerte más profunda, él ya nos va rescatando para la vida. Y ya, aunque todavía no, nuestro final será feliz, como el del ciego al que ahora acompañamos en su andadura.

Este hombre conoce a Jesús gracias a su ceguera, que fue motivo para dar gloria a Dios. Y es curioso cómo, en muchas ocasiones, es en los momentos más oscuros de nuestra vida donde tenemos las mayores experiencias espirituales. Eso que otros interpretaron como mala suerte, fatalidad del destino o motivo para ser ateo, nosotros lo experimentamos como lugar de encuentro con Dios, posibilidad para pasar de conocerle de oídas a hacerlo con mayor profundidad. Esos momentos oscuros pudo ser alguna cuestión personal que no aceptábamos, una enfermedad, una situación familiar o laboral. Algo que, poniéndonos en crisis, pero acogido y profundizado se convirtió en revelación de una luz que nacía de la oscuridad.

Jesús va acompañando a esta persona de la ceguera a la visión, y de la visión a la mirada. Porque pudiéramos pensar que el milagro estaba realizado al otorgarle la salud ocular. ¿Qué más podía pedir si ya veía a la gente, los caminos, los árboles y las casas? Estaba sanado, ¿no? Sí, pero no salvado. El sanado, poco a poco, va reconociendo a Jesús de forma más profunda. Primero dice que no sabe quién es, después lo llama profeta, sigue diciendo que tiene que venir de Dios, y termina creyendo postrado a sus pies. Quizás hayamos experimentado que Jesús nos ha hecho ver que hay cuestiones más hondas y duraderas que aquellas que le pedimos. Que, en el fondo, solo Dios basta y que, lo demás, está en un segundo plano, por importantes que fueran. Es posible que hayamos experimentado que la fe es un colirio que hace, no solo ver, sino mirar con otra profundidad, con otra perspectiva, con otra sabiduría, con otra mirada.

Por último, el encuentro del que fue ciego con Jesús conllevó cierto «desencuentro» con los otros. Sus vecinos se extrañaban, los fariseos no lo creían y lo expulsaron de la sinagoga; hasta sus padres, por miedo, no quisieron defenderlo. Al final del evangelio se encuentra solo con Jesús. «Solo» en los dos sentidos, solo con él y sin nadie más que él. Y muchos por su fe han experimentado soledad; pero, sobre todo, la fe bien vivida modifica nuestra forma de estar en el mundo; nos convierte en sal que da sabor y escuece; en luz que ilumina y desenmascara.

Pepe Ruiz Córdoba

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